Imágenes
Le había pedido que lo hiciera otra vez y otra. Que me lo hiciera. Lo había hecho. Lo había hecho en la untuosidad de la sangre. Y, en efecto, había sido hasta morir. Y ha sido para morirse.
Marguerite Duras
No creo a la gente que dice: He roto mi manuscrito, lo he tirado. No lo creo. O bien lo que estaba escrito no existía para los demás, o no era un libro. Y uno siempre sabe lo que no es un libro.
Yo no tengo ideas, sólo tengo palabras y silencios.
Para abordar la escritura hay que ser más fuerte que uno mismo, hay que ser más fuerte que lo que se escribe.
Escribir ahora, se diría que la mayor parte de las veces ya no es nada. Esa desesperación se manifestaba en un momento dado del día. Y después seguía la imposibilidad de seguir avanzando, o el sueño, o, a veces nada. O nada, o dormir, morir.
No estaba enferma de su locura, la vivía como la salud.
Vendrá un tiempo en que no sabremos que nombre dar a lo que nos una. Su nombre se irá borrando poco a poco de nuestra memoria y luego desaparecerá por completo.
Ella dice que deberían llegar a vivir como lo hacen, con el cuerpo cansado en un desierto; en el espíritu, el recuerdo de un solo beso, de una sola palabra, de una sola mirada para todo un amor.
Escribir es intentar adivinar lo que uno escribiría si escribiese.
En la vida llega un momento, y creo que es fatal, que no se puede escapar, en que todo se pone en duda: el matrimonio, los amigos, sobre todo los amigos de la pareja... Y esa duda crece alrededor de uno.
El alcohol no consuela, no llena ningún vacío psicológico, solamente sustituye la carencia de Dios. No conforta al hombre. Por el contrario, acrecienta su locura y lo transporta a las regiones supremas donde es dueño de su destino.
Muy pronto en la vida es demasiado tarde.
No sé por qué le quería hasta el extremo de querer morir de su muerte. Nada nuevo podía alcanzar ese amor. Yo había olvidado la Muerte.
No llorar nunca es no vivir.
Bajo el sol brumoso del frío, el sol del calor, las orillas se difuminan, el río parece juntarse con el horizonte. El río fluye sordademente, no hace ningún ruido, la sangre en el cuerpo. Fuera del agua no hay viento.
La fuerza que ella lleva en sí, debe de experimentarla como una especie de inteligencia perdida que ya no le sirve de nada.
En aquel período de mi primera soledad ya había descubierto que lo que tenía que hacer era escribir. Raymond Quesear me lo había confirmado. El único principio de Raymond era este: Escribe, no hagas nada más.
Creo que nada sustituye a la lectura de un texto, nada reemplaza la memoria de un texto, nada, ningún juego.
Los besos en el cuerpo hacen llorar. Diríase que consuelan.
Creo que siempre o casi siempre en la infancia la madre representa a la locura. Nuestras madres siempre permanecen como las personas más locas y extrañas que jamás hemos conocido.
Ella vive todavía. Incita al asesinato en tanto que vive. Se pregunta cómo matarla y quién la matará. Usted no quiere nada, a nadie, incluso esa diferencia que usted cree vivir usted no la quiere.
El alcohol es estéril. Las palabras que se dicen en una noche de borrachera se desvanecen como la oscuridad al comienzo del día.
Recuerda el asombro general ante la extrañeza de una noche de la que se hablaba como de algo que hay que fijar fuera de la muerte para más adelante poder contarlo a los niños. Y también que ella hubiera sido partidaria de ocultar aquella noche de verano, de convertirla en cenizas.
No hay errores. Sólo hay actos extraños.
Era demasiado tarde para reencontrarnos. Lo comprendimos desde la primera mirada. Ya no había nada que reencontrar.
Ningún amor puede sustituir al amor.
Los escritores son gente solitaria. En todas partes, y siempre, lo han sido.
La locura es como la comprensión. No se la puede explicar. Exactamente como la comprensión. Se te viene encima, te llena y entonces se la entiende. Pero cuando le abandona a uno, ya no se la puede entender en absoluto.
Veo a los periodistas como trabajadores manuales, los obreros de la palabra. El periodismo solo puede ser literatura cuando es apasionado.
Para ella, la niña, esta cita de reencuentro, en ese lugar de la ciudad, había quedado siempre como el del inicio de su historia, aquél por el cual se había convertido en los amantes de los libros que había escrito.
Digo cualquier cosa, y después olvido. Tú lo sabes -sonríes-, pero yo sigo a tu lado en la desesperación que te procuro.
No se trata de que sea necesario conseguir algo, sino de que es necesario salirse de donde se está.
Ningún ser humano, ninguna mujer, ningún poema, música o pintura pueden sustituir al alcohol en el poder que le da al hombre para ilusionarse con una creación auténtica.
Cuando se tiene cierta moral de combate, de poder, hace falta muy poco para dejarse llevar, para pasar a la embriaguez, al exceso.
El mejor modo de llenar el tiempo es gastándolo.
Un día, ya entrada en años, en el vestíbulo de un edificio público, un hombre se me acercó. Se dio a conocer y me dijo. La conozco desde siempre. Todo el mundo dice que de joven era usted hermosa, me he acercado para decirle que en mi opinión la considero más hermosa ahora que en su juventud.
La historia de mi vida no existe. Eso no existe. Nunca hay centro. Ni camino, ni línea donde se insinúa que alguien hubo, no es cierto, no hubo nadie. Para mí todo empezó así, por ese rostro evidente, extenuado, esas ojeras que se anticipaban al tiempo, a los hechos.
A los quince años tenía el rostro del placer y no conocía el placer.
Es de locura lo bonita que tienes la piel.
Con el tiempo te das cuenta que el sentimiento de felicidad que encuentras con un hombre no necesariamente prueba que lo ames.