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Como argentino, me duele enormemente, me amarga ver cómo nos roban elecciones, como no cumplen la ley, cómo se burlan del pueblo. Pero como radical, permitidme una confidencia: me alegro infinito en ello. Porque nos han dado la bandera más pura, más grande, más noble de nuestra Patria y tenemos de ella la exclusividad.
Marcelo T. de Alvear
Leandro Alem fue el tribuno que con su temperamento romántico concibió esta gran fuerza y se entregó a ella enteramente. El destino lo quebró en un momento de amargura, tal vez dudando de que la obra a la que entregaba su vidapudiera realizarce: ¡triste destino! Por eso su memoria tiene contornos trágicos de emoción profunda para todos los radicales.
Yo conozco a ese radicalismo y a los conservadores de Buenos Aires, desde hace cincuenta años, y convengamos que en esos conservadores no han mejorado en nada, no han hecho nada en bien de la provincia. Hace cincuenta años que los conozco, porque he actuado allí. Tenían a su servicio matones y urnas de doble fondo. Yo rompí una en Morón. Hoy se preparan para usar las mismas armas.
Los radicales somos así; no siempre estamos de acuerdo, y cuando no lo estamos ponemos en nuestras luchas internas el mismo entusiasmo que ponemos con el adversario. Pero cuando se aproxima la lucha contra el adversario común, sabemos olvidar. Sabemos que ante todo somos radicales y patriotas.
Los hombres somos transitorios, pero los partidos organizados, con sus virtudes y defectos, son fuerzas permanentes y necesarias, llamadas a progresar y a perfeccionarse.
Me consideraba con derecho al respeto de todas las clases sociales, porque supe gobernarlas con legalidad, orden y prudencia. Me apartan de su seno manos crispadas.