Imágenes
Nuestro corazón tiene la edad de aquellos que ama.
Marcel Proust
La adolescencia es la única época en la que he aprendido algo.
Trabajamos siempre para dar forma a nuestra vida, pero copiando sin querer, como un dibujo, los rasgos de la persona que somos y no los de aquélla que nos agradaría ser.
Todo lo grande en el mundo viene de los neuróticos.
El hallazgo afortunado de un buen libro puede cambiar el destino de un alma.
Así ocurre con nuestro pasado. Es trabajo perdido el querer evocarlo, e inútiles todos los afanes de nuestra inteligencia.
La felicidad es saludable para los cuerpos, pero es la pena lo que desarrolla las fuerzas del espíritu.
El verdadero viaje se hace en la memoria.
La verdadera felicidad no consiste en encontrar nuevas tierras, sino en ver con otros ojos.
Para figurarse una situación desconocida, la imaginación toma prestados elementos conocidos y a causa de ello no se la figura. Pero la sensibilidad, aún la más física, recibe, como un reguero de pólvora, la firma original y por mucho tiempo indeleble del nuevo acontecimiento.
Los paraísos perdidos sólo están en nosotros mismos.
Cada lector se encuentra a sí mismo. El trabajo del escritor es simplemente una clase de instrumento óptico que permite al lector discernir sobre algo propio que, sin el libro, quizá nunca hubiese advertido.
Querernos buscar en las cosas, que por eso nos son preciosas, el reflejo que sobre ellas lanza nuestra alma, y es grande nuestra decepción al ver que en la Naturaleza no tienen aquel encanto que en nuestro pensamiento les prestaba la proximidad de ciertas ideas.
Cabe preguntarse si en ciertas clases populares no existe más duplicidad que en la alta sociedad, que sin duda se reserva para nuestra ausencia las En cuanto somos desdichados, nos volvemos morales.
Lo mismo que el porvenir, el pasado no se saborea todo de una vez, sino grano a grano.
A cierta edad, un poco por amor propio, otro poco por picardía, las cosas que más deseamos son las que fingimos no desear.
La belleza es una idea nueva, que no se puede imaginar y la realidad nos presenta.
El amor es una enfermedad inevitable, dolorosa y fortuita.
Cada clase social tiene su patología.
En el sacerdote, como en el alienista, siempre hay algo de juez de instrucción.
Se ha llegado a decir que la más alta alabanza de Dios está en la negación del ateo, que encuentra la Creación lo bastante perfecta como para poder prescindir de un Creador.
Vale más soñar la vida propia que vivirla, aunque vivirla es también soñarla.
Seamos agradecidos con las personas que nos hacen felices, ellos son los encantadores jardineros que hacen florecer nuestra alma.
A veces estamos demasiado dispuestos a creer que el presente es el único estado posible de las cosas.
El deseo nos fuerza a amar lo que nos hará sufrir.
El amor es el espacio y el tiempo hechos sensibles para el corazón.
Para el beso, la nariz y los ojos están tan mal colocados como mal hechos los labios.
Un hombre honesto debe obtener la estima pública sin haberlo previsto, y por así decirlo, a pesar suyo. Quien se dedica a buscarla revela su estatura.
Una obra de arte que encierre teorías es como un objeto sobre el que se ha dejado la etiqueta del precio.
Más difícil aún que llevar una vida ordenada es imponérselo a otros.
Cuanto más numerosas son las cosas que quedan para aprender, menos tiempo queda para hacerlas.
El recordar una determinada imagen no es sino echar de menos un determinado instante, y las casas, los caminos, los paseos, desgraciadamente, son tan fugitivos como los años.
Siempre hablamos de defectos análogos a los que tenemos, como si fuera una manera desviada de hablar de nosotros, que une al placer de absolvemos el de confesar.
El único paraíso es el paraíso perdido.
El fausto exterior puede adornar al vicio, pero nunca embellecerlo.
La felicidad en el amor no es un estado normal.
Tal vez la inmovilidad de las cosas a nuestro alrededor les viene impuesta por nuestra certeza de que son ellas y no otras, por la inmovilidad de nuestro pensamiento frente a ellas.
Resulta asombrosa la poca imaginación de los celos, que pasan el tiempo haciendo suposiciones falsas, cuando de lo que se trata es de descubrir la verdad.
La ambición embriaga más que la gloria.
Nuestros deseos se ponen trabas mutuamente y en la confusión de la vida raras veces una dicha corresponde exactamente a aquel que la había reclamado.