Imágenes
A la mala costumbre de hablar de uno mismo y de los propios defectos hay que añadir, como formando bloque con ella, ese otro hábito de denunciar, en los caracteres de los demás, defectos análogos a los nuestros.
Marcel Proust
El hombre, que juega perpetuamente entre los dos planos de la experiencia y la imaginación, querría profundizar en la vida ideal de la gente que conoce y conocer a las personas cuya vida ha tenido que imaginar.
Tan pronto como uno es infeliz se hace moral.
Mentimos toda la vida incluso -o sobre todo o tal vez sólo- a quienes nos aman.
Como todo el que no está enamorado, él piensa que se puede elegir a la persona amada en base a interminables deliberaciones sobre sus ventajas e inconvenientes.
Tal como un hombre inteligente no teme parecerle tonto a otro hombre inteligente, el hombre elegante no tendrá miedo de que su elegancia pase inadvertida al gran señor, sino al patán. Las tres cuartas partes de los alardes de ingenio y mentiras vanidosas que los hombres han prodigado, rebajándose, desde que el mundo es mundo, iban dirigidas a inferiores.
Allí donde la vida levanta muros, la inteligencia abre una salida.
Aprender a conocer más para amar menos.
Los días pueden ser iguales para un reloj, pero no para un hombre.
Con la conservación de energía que posee todo lo físico, el sufrimiento ni siquiera necesita las lecciones de la memoria: así, un hombre que ha olvidado las hermosas noches que pasó al claro de luna en el bosque, todavía sufre del reumatismo que cogió en él.
Por muy bien hechos que estén los puntos de sutura, se vive con dificultad cuando nuestras vísceras han sido substituidas por la añoranza de una persona; parece que ésta ocupara más lugar que aquéllas, la sentimos continuamente, y además ¡qué ambigüedad verse obligado a pensar una parte del propio cuerpo!
Dejemos las mujeres bonitas a los hombres sin imaginación.
A partir de cierta edad hacemos como que no nos importan las cosas que más deseamos.
Un artista no tiene necesidad de expresar directamente su pensamiento en la obra para que ésta refleje la calidad de aquél.
Nuestra personalidad social es una creación del pensamiento de los demás.
El deseo florece; la posesión lo marchita todo.
El instinto dicta el deber y la inteligencia da pretextos para eludirlo.
Somos senados del sufrimiento solamente cuando lo experimentamos a fondo.
Imaginándose que en una cosa real se puede saborear el encanto de lo soñado.
En cuanto somos desdichados, nos volvemos morales.
Los grandes señores son casi las únicas personas de las que se puede aprender tanto como de los campesinos; su conversación está adornada con todo lo que se refiere a la tierra, las mansiones tal como se habitaban antaño, los usos antiguos, todo lo que el mundo del dinero ignora profundamente.
La sabiduría no nos viene dada, sino que debemos descubrirla por nosotros mismos, después de un viaje que nadie puede ahorrarnos o hacer por nosotros.
La costumbre es una segunda naturaleza que destruye la primera.
¿Quién lee mejor que un chico?
El único verdadero viaje de descubrimiento consiste no en buscar nuevos paisajes, sino en mirar con nuevos ojos.
Ciertos recuerdos son como amigos comunes, saben hacer reconciliaciones.
Sólo se ama lo que no se posee totalmente.
El afortunado hallazgo de un solo libro puede haber cambiado el destino de un hombre.
El plagio humano del que resulta más difícil escapar, para los individuos (e incluso los pueblos que perseveran en sus faltas y van agravándolas), es el de uno mismo.
No hay paraíso hasta que se ha perdido.
Los vínculos que nos unen a una persona resultan santificados cuando se pone en el mismo punto de vista que nosotros para juzgar una de nuestras tareas.
El pueblo se inquieta al ver llorar, como si un sollozo fuera más grave que una hemorragia.
El enamorado celoso soporta mejor la enfermedad de su amante que su libertad.
Cuando uno extraña un lugar, lo que realmente extraña es la época que corresponde a ese lugar; que no se extrañan los sitios, sino los tiempos.
No hay vicios que no encuentren entre la alta sociedad apoyos complacientes, y se ha visto trastornar la distribución de un castillo para hacer que una hermana durmiera cerca de su hermana cuando se ha sabido que no la amaba sólo como hermana.
Cada beso llama otro beso. ¡Con qué naturalidad nacen los besos en esos tiempo primeros del amor! Acuden apretándose unos contra otros; y tan difícil sería cortar los besos que se dan en una hora, como las flores de un campo en el mes de mayo.
Trata de mantener siempre un trozo de cielo azul encima de la cabeza.
Ciertas creencias que no percibimos no por ello son asimilables a un puro vacío, como no lo es el aire que nos envuelve; componen a nuestro alrededor una atmósfera variable, a veces excelente, a menudo irrespirable, y merecerían ser anotadas con tanto cuidado como la temperatura, la presión barométrica o la estación, pues nuestros días tienen su originalidad física y moral.
Los celos no son corrientemente más que una inquieta tiranía aplicada a los asuntos del amor.
¿Buscar? No sólo buscar, crear.