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La vanguardia no pasa por pretender delimitar la verdad, sino por no contarnos más mentiras los unos a los otros.
Manuel Vázquez Montalbán
Si el sistema se empeña en considerar al ciudadano un potencial cliente y consumidor, podríamos hacer buena esta lógica y proponer una militancia activa de clientes y consumidores convertidos en informatizados insumisos.
Es capitalismo todo lo que tocamos y respiramos.
El fútbol es la religión diseñada en el siglo XX más extendida del planeta.
Eso le pasa a mucha gente. Lo tienen todo para empezar a crear y descubren que carecen de lenguaje.
Nadie es indispensable. Y algo peor: el lugar que ocupamos es siempre un lugar usurpado.
Los dioses se han marchado, nos queda la televisión.
Le repugnaba cualquier tiempo perdido en el análisis del mundo en que vivía.
La elaboración de la cultura, y sobre todo la cultura como patrimonio, lógicamente ha correspondido a intelectuales ligados a las clases dominantes.
Lo único providencial es la muerte, y todo lo demás instinto y cultura.
A veces suelo autocalificarme de conservador porque no he corregido mi visión del mundo desde que cumplí cincuenta años y decidí que ya era responsable de mi cara.
En ningún programa electoral se prometía derribar lo que el franquismo había construido. Es el primer cambio político que respeta las ruinas.
Asumir el mestizaje tiene tanta importancia como reclamar el derecho a la diferencia y reducir la capacidad de acumulación a cambio de estimular el desarrollo de los cada día más condenados de la tierra.
Hemos pasado de la máquina mediática concesionista, controlada por el Estado directa o indirectamente, a la máquina mediática del mercado, en la que la ley de la oferta y la demanda establece que los más poderosos acaban por controlarla.
Es un placer que hay que descubrir a los treinta años. Es la edad en que el ser humano deja de ser un imbécil y a cambio paga el precio de empezar a envejecer.
No hay verdades únicas, ni luchas finales, pero aún es posible orientarnos mediante las verdades posibles contra las no verdades evidentes y luchar contra ellas.
Como todo el mundo, tenía la ideología que necesitaba para justificar su propia vida.
Realmente ningún ser humano indiferente ante la comida es digno de confianza.
Se nos inculca que la inevitable conflictividad del futuro obedecerá preferentemente a choques de civilizaciones porque sería una digresión metafísica suponer que el mundo de mercado unificado pueda combatir por cuestiones materiales de clase.
Puesto que estamos en una economía y en una realidad cultural de mercado no sólo somos consumidores de detergentes o de latas de cerveza con o sin alcohol, sino también de mensajes, de verdades, de ideología, de información.
Unos nacen para hacer la historia y otros para padecerla. Unos para dantes y otros para tomantes.
El único producto mediterráneo realmente uniformador, y quizá algún día unificador, es la presencia de la berenjena en todas las culturas culinarias, de Siria a Murcia, de Viareggio a Túnez.
Me reconozco sensible ante el argumento de que los burgueses ilustrados de izquierda nos solazamos con las revoluciones lejanas, esas incómodas revoluciones que no quisiéramos interpretar como protagonistas.
Los racionalistas envejecidos y con una melancolía fin de milenio comprobamos una vez más que los vicios, como los tópicos, no por absurdos son menos necesarios: necesitamos jefes para no creer en nosotros mismos y necesitamos peligros ya conocidos porque presentimos que son mucho peores los que aún no nos atrevemos a conocer.
En tiempos de crisis de certezas y dogmas, ¿qué sería de nosotros sin las metáforas y sin los vicios?
Si aún queda una cierta capacidad de fijar criterios progresistas en la educación, que se aplique a introducir la enseñanza obligatoria de la descodificación mediática.
El jefe es un vicio absurdo pero imprescindible en mercado político movilizado por imaginarios erotizados.
Para el liberalismo, extirpar la memoria histórica significa dejar la Historia más contemporánea sin culpables, sin causas.
Cunde la idea de la democracia más como una causa que como una consecuencia. No es una formulación inocente.
Contra Franco estábamos mejor.
El marxismo sigue sobreviviendo como un sistema de análisis, como un método de comprensión de la historia, no en balde es el mejor diagnóstico que hasta ahora se ha hecho del capitalismo.
Para la inmensa mayoría de los seres humanos, terminada la educación General Básica, su consciencia va a depender del choque directo con lo real y de los medios de información.
El cansancio es elegante y nada cansa tanto como pronunciar un nombre completo.
Reivindico junto a la necesidad de la conciencia externa, el sentido de la historia. Pero sabiendo que es convencional, rechazando cualquier legitimación providencialista.