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Los poetas son como la alondra: ven la luz antes que los demás.
Manuel Gutiérrez Nájera
En esta vida, el único consuelo es acordarse de las horas bellas, y alzar los ojos para ver el cielo.
La música es un amante dócil y obediente que se somete a todos los caprichos, como la odalisca que para complacer a su señor le ciñe el cuello con el collar divino de sus brazos, o guarda reposa en actitud discreta refrescando la atmósfera con su abanico.
Los galanes y los cortejos van a apostar con las señoras, y ofrecen una caja de guantes o un estuche de perfumes, en cambio de la pálida camelia que se marchita en los cabellos de la dama o del coqueto alfiler de oro que detiene los rizos en la nuca.
¡Cuán caprichos en sus mudanzas y coincidencias es la suerte!
El olor de rosas dura poco y el champagne se evapora en impalpables átomos, si le dejamos, olvidadizos, en la copa. Nuestro cariño vuela adonde van las notas que se pierden, gimiendo, en el espacio.
Lo bello no se define, se siente.
Mucho tiempo antes de que uno sepa que es viejo, los demás lo saben y lo dicen.
El juego es la suprema sensación para aquéllos que no conocen el amor, ese otro juego en que se apuesta el alma. Pero el juego, en el hipódromo, es el juego hecho carne, la sensación de dos mil metros; el juego con peripecias y sobresaltos; el juego que hace a su víctima por los cabellos y la columpia en el espacio.
Ver otro cielo, otro monto, otra playa, otro horizonte, otro mar, otros pueblos, otras gentes de maneras diferente de pensar.
Descuida: tenemos tiempo para amarnos, porque el amor dura muy poco.
El cielo empieza a ruborizarse. ¡Ya es de día! Las estrellas se apagan en el cielo, y los ojos que yo amo se abren en la tierra.
Quiero morir cuando decline el día, en alta mar y con la cara al cielo; donde parezca sueño la agonía, y el alma, un ave que remonta el vuelo.
Las novias pasadas son copas vacias en ellas pusimos un poco de amor; el néctar tomamos... huyeron los días. ¡Traed otras copas con nuevo licor!..
La música no se impone, no domina: es el lenguaje que se acomoda a todas las pasiones.
De todos los caminos que guían a la pobreza, la literatura es el más amplio y expedito.
La noche de Navidad es la noche de las resurrecciones y de los recuerdos. Los niños, al dormirse en sus cunas, quedan confiados en el espíritu misterioso que bajará durante el sueño para llenar de dulces y juguetes los botines nuevos que han dejado a propósito en la chimenea.
¡El sueño, nuestro mago, es un sublime y santo mentiroso!
Ella lo idolatró y Él la adoraba... ¿Se casaron al fin? No, señor, Ella se casó con otro ¿Y murió de sufrir? No, señor, de un aborto. ¿Y Él, el pobre, puso a su vida fin? No, señor, se casó seis meses antes del matrimonio de Ella, y es feliz.
Eran las cuatro y media de la madrugada. Las estrellas cuchichearon entre sí, detrás de los abanicos, y algo como un enorme chorro de champagne, arrojado por una fuente azul, se dibujó en Oriente. Era el cometa. La luna, esa gran bandeja de plata en donde pone el sol monedas de oro, se escondía, desvelada y pálida, en el Oeste. Los luceros y yo teníamos frío.
Los caballos cruzaban como exhalaciones por la árida pista, tendiendo al aire sus crines erizadas. ¡Los caballos! Ella también había conocido ese placer, mitad espiritual y mitad físico, que se experimenta al atravesar a galope una avenida enarenada. La sangre corre más aprisa y el aire azota como si estuviera enojado. El cuerpo siente la juventud y el alma cree que ha recobrado sus alas.
Parece que el hombre, por decreto del destino, empieza muchas cosas y pocas concluye.
Amar es tener alas. Amor es el perfume de las almas.
Los poetas, esos eternos enamorados de las cosas que mueren y de las cosas que nacen, son los únicos que podrían volver los ojos a los claustros, y preguntar a sus ruinosos paredones el secreto de muchas vidas y de muchas almas.
Su amor no consistía únicamente en el cambio de dos caprichos y en el contacto de dos epidermis: tenía la fuerza humana y la fuerza divina, el beso de los labios y la sublime comunión de los entendimientos.
Recordar... Perdonar... Haber amado... Ser dichoso un instante, haber creído... Y luego... Reclinarse fatigado en el hombro de nieve del olvido.
Indiferente a todo lo visible, ni el mal me atrae, no ante el bien me extasío.
Ni un solo pensamiento estable había en aquel cerebro, tan voluble como la hoja delgada de una rosa que el viento desbarata. Sus ideas galopaban por países encantados en donde los árboles tienen hojas de esmeralda y frutos de oro.
El amor es como la luz: lo alegra todo.
Es imposible separar los ojos de esa larga pista, en donde los caballos de carrera compiten, maravillándonos con sus proezas.
El caballo pasea con arrogancia dentro de la pista, como una hermosa en el salón del baile. Sabe que es bello y sabe que le miran. Y el caballo puede matar a su jinete en el steeplechase, como la dama, por casta y angelical que os parezca, puede también poner en vuestra mano el vibrante florete del duelista o el revólver del suicida. Todo amor da la muerte.
La esperanza del cielo en las miradas y el perdón generoso entre los labios.
El tiempo, barrendero de ilusiones.
Las aves al pasar le dicen: ¿No amas? Amar es tener alas. Las flores que pisa le preguntan: ¿No amas? Amor es el perfume de las almas. Y ella pasa indiferente viendo con sus pupilas de acero negro, frías e impenetrables, las alas del pájaro, el cáliz de la flor y el corazón de los poetas.
¡Qué hermosa noche para la vida del hogar, para el dúo de los labios y la canción del niño! Si yo tuviera un hijo, me acercaría de puntillas a su cuna para verlo dormir.
De aquella cosa efímera nacía una cosa eterna.