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Donde no hay justicia, misericordia ni benevolencia, no hay civilización.
Manuel González Prada
Los obreros no alcanzan a comprender que si practicaran la solidaridad de clase, si tuvieran un solo arranque de energía, si dieran unos cuantos golpes con la piqueta y el hacha, no tardaría mucho en venir por tierra el edificio de todos los abusos y de todas las iniquidades.
Con esos labios de rosa, con ese talle de liana ¿Adónde vas tan hermosa que pareces una diosa?
A cielo y tierra estremecen los espasmos de ternura.
Todas las generaciones se afanan por descubrir el secreto de la vida, todas repiten la misma interrogación; pero la Naturaleza responde a cada hombre con diversas palabras y guarda eternamente su misterio.
Y la Humanidad no quiere pastores o guías, sino faros, antorchas o postes señaladores del camino; y esos postes, esas antorchas y esos faros deben salir de las multitudes mismas, rejuvenecidas y curadas de sus errores seculares.
Al escritor le cumple abrir los ojos de las muchedumbres y aleccionarlas para que no las coja desprevenidas el gran movimiento de liquidación social que se inicia hoy en las naciones más civilizadas.
Las grandes obras se deben a fuerzas colectivas excitadas por fuerzas individuales: manos inconscientes allegan materiales de construcción; sólo cerebros conscientes logran idear monumentos hermosos y durables. De ahí la conveniencia de instruir a las muchedumbres para transformar al más humilde obrero en colaborador consciente.
Para elevar el espíritu de una prensa no hay remedio mejor que libertarla.
No pedimos la existencia; pero con el hecho de vivir, aceptamos la vida. Aceptémosla, pues, sin monopolizarla ni quererla eternizar en nuestro beneficio exclusivo; nosotros reímos y nos amamos sobre la tumba de nuestros padres; nuestros hijos reirán y se amarán sobre la nuestra.
El hombre que se lanza a la contienda pública y osadamente se expone a la luz meridiana en calles y plazas, no debe lamentarse ni protestar al verse examinado con microscopio y descrito en sus más minuciosos rasgos intelectuales, morales y físicos: sube al escenario, y todos adquieren derecho de aplaudirle o silbarle.
Cuando faltan garantías para censurar a las autoridades, cuando en las graves cuestiones políticas, religiosas y sociales no se puede emitir libremente las ideas, los hombres enmudecen o consagran toda su fuerza intelectual a discusiones insípidas, rastreras y ridículas.
Por la campiña olorosa, bajo el Sol de la mañana ¿Adónde vas tan hermosa?
La justicia consiste en dar a cada hombre lo que legítimamente le corresponde.
¿Qué persigue un revolucionario? Influir en las multitudes, sacudirlas, despertarlas y arrojarlas a la acción.
Hay que sanearse y educarse a sí mismo, para quedar libre de dos plagas igualmente abominables: la costumbre de obedecer y el deseo de mandar. Con almas de esclavos o de mandones, no se va sino a la esclavitud o a la tiranía.
En la hoguera del sentir consumamos el vivir, pues se goza con morir, si se muere por amor.
No me pidas una flor, que en el jardín y el vergel eres tú la flor mejor.
Nada corrompe ni malea tanto como el ejercicio de la autoridad, por momentánea y reducida que sea.
A tus uñas de acero saca filo el amor: por eso tus rasguños van siempre al corazón.
Tan esclavo es el sometido a la voluntad de un rey o de un pontífice, como el enfeudado a la turbamulta de los plebiscitos o a la mayoría de los parlamentos. Autoridad implica abuso, obediencia denuncia abyección, que el hombre verdaderamente emancipado no ambiciona el dominio sobre sus iguales ni acepta más autoridad que la de uno mismo sobre uno mismo.
Nada tan mezquino de miras como un hombre eternamente confinado en la política. Si fiel a su partido, se agita en órbita de microbio, no concibe nada más allá de su grupo y realiza una obra de interés personal o de egoísmo; cuando no, rencores y venganzas; si infiel a sus correligionarios, va de agrupación en agrupación ejerciendo el ignominioso papel de tránsfuga y merodeador público.
En la vejez se capitula, en la juventud se combate.
Los revolucionarios saludan hoy el mañana, el futuro advenimiento de una era en que se realice la liberación de todos los oprimidos y la fraternidad de todas las razas.
Era un pájaro de nieve: con su inefable cantar, derramaba en tristes pechos alegría sin igual.
En la historia de la Humanidad abundan exhumaciones de vidas privadas, y nadie protesta. Si juzgamos a los muertos, que no pueden defenderse ni atacarnos, ¿Por qué no juzgaremos de igual modo a los vivos, que tienen lengua para hablar y manos para mover la pluma y la espada?
La revolución de una clase para surgir ella sola y sobreponerse a las otras, no sería más que una parodia de las antiguas convulsiones políticas.