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Hay que ofrecer gallardamente al Destino el sitio por donde pueda herirnos. Cuando pienso en una desgracia y me familiarizo con ella y tengo alma bastante para vivirla en toda su intensidad, es cuando la evito. Ésta es mi única superstición verdadera.
Manuel Chaves Nogales
Las masas modernas lo soportan todo menos la incomodidad material, física.
Mi única y humildeverdad era un odio insuperable a la estupidez y a la crueldad; es decir, una aversión natural al único pecado que para mí existe, el pecado contra la inteligencia, el pecado contra el EspírituSanto.
Nunca una catástrofe nacional se ha producido en medio de una mayor inconsciencia colectiva.
Era el tal un sevillano neto, de ésos para los que no hay nada en el mundo como su Sevilla.
Unidos por el hambre, arremetieron bolcheviques y no bolcheviques contra el ejército blanco, que tenía pan. Y así triunfó el bolchevismo. El que diga otra cosa miente; o no estuvo allí, o no se enteró de cómo iba la vida.
Cuando regresaban del frente traían a la ciudad la barbarie de la guerra, la crueldad feroz del hombre que, padeciendo el miedo a morir, ha aprendido a matar, y si la ocasión de hacerlo impunemente se le ofrece, no la desaprovechará. Es el miedo el que da la medida de la crueldad.
Frente a una democracia que conserva sus virtudes cívicas la inferioridad y la impotencia de los regímenes totalitarios siguen siendo incuestionables.
No quiero sumarme a esta legión triste de los "desarraigados" y, aunque sienta como una afrenta el hecho de ser español, me esfuerzo en mantener una ciudadanía española puramente espiritual, de la que ni blancos ni rojos puedan desposeerme.
A los pocos días de estar allí se declaró la guerra. Yo no me di cuenta de lo que era aquello hasta que los directores del teatro donde trabajábamos, que eran franceses, nos dijeron que no podían pagarnos, que cerraban y que se iban. Fuimos a ver al cónsul de España. Como les pasa siempre a nuestros cónsules, no pudo hacer nada.
Repartir bonos y echar discursos eran cosas que hacían con la mayor facilidad del mundo. Dar de comer era ya otra cosa.
Así como entre las personas decentes no se deja vivir a los ladrones, entre los ladrones no es posible ser persona decente, y terminé robando tanto y tan limpiamente como mis camaradas veteranos.
La empresa era superior a nuestra imaginación, y estuvimos a punto de fracasar, no por falta de dinero, sino de fantasía, que es por lo que se fracasa siempre.
Me convencí entonces de que en la lidia -de hombres o de bestias- lo primero es parar. El que sabe parar, domina.
De cualquier modo, soporto mejor la servidumbre en tierra ajena que en mi propia casa.
Se regía entonces el toreo por aquel pintoresco axioma lagartijero de "Te pones aquí, y te quitas tú o te quita el toro". Yo venía a demostrar que esto no era tan evidente como parecía: Te pones aquí, y no te quitas tú ni te quita el toro si sabes torear.
Era el comunista más puro que había entre ciento treinta millones de rusos. Francés.
Los regímenes totalitarios no marcan una superioridad sobre las democracias más que cuando éstas se hallan interiormente podridas.
Pero la causa del pueblo se había perdido por este sencillo hecho. Porque el consejo obrero de una fábrica había tomado el acuerdo de expulsar a un obrero por el delito de haber defendido su libertad.
La nazificación de las clases superiores de la sociedad francesa era un hecho incuestionable.
En las grandes ocasiones siempre digo algo inconveniente.