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Dos sedientos Jesús mío, Tú de almas y yo de saciar tu sed, ¿Qué nos detiene pues?
Madre Laura
¡Como que de todos modos te habías de hacer conocer de criatura tan rebelde, de chica tan hostil! ¿Por qué, Dios mío, tanto afán? ¿Qué interés tenías en hacerte conocer de quien ni los mismos seres que pusiste a su cuidado podían tolerar la apatía?
¿Por qué, vuelvo a preguntar, esa misericordia tan grande conmigo, más miserable que todos, mientras que, sin dejar de ser misericordioso, has negado tu conocimiento por tantos siglos a los pobres infieles?
¡Me complazco en no entender esto para poderte adorar en la dulce oscuridad de la fe, que me muestra tus designios tan arriba de mi mísera comprensión!