Imágenes
Escribo este poema celebrando que pasado y presente coincidan todavía con nosotros y haya recuerdos vivos y besos tan dorados como el beso aquel de la memoria.
Luís García Montero
Ahora sé que en aquella ciudad deshabitada la gente andaba triste, con una soledad definitiva llena de abrigos largos y paraguas.
Ya sé que no es eterna la poesía, pero sabe cambiar junto a nosotros, aparecer vestida con vaqueros, apoyarse en el hombre que se inventa un amor y que sufre de amor cuando está solo.
Quiero llegar a un bosque apenas sensitivo, hasta la maquinaria del corazón sin saldo.
Y sin embargo tú reapareces inédita en tu gesto para decirme hoy que le conteste al tiempo y sus preguntas el práctico saber que tienes de mi cuerpo.
Son extrañamente hermosos todavía, estos labios de hace ahora tres años y pareciera inédito el gesto de tu beso, este llegar aquí cada vez más tranquilo, con la serenidad del que tiene por cómplice la vida y su rutina.
Los seres humanos pueden vivir sin dioses pero los dioses le deben la vida a los seres humanos, es decir, son una extensión imaginaria de la realidad, el resultado de una insatisfacción.
Recuerda que yo existo porque existe este libro, que puedo suicidarnos con romper una página.
Sólo la lluvia deja una pasión equívoca en el banco vacío de los enamorados.
La piel, mi piel, los vientos han preguntado tanto en las orillas, tanto se han estrellado por ciudades y pechos, que no conocen patrias ni las cantan, no recuerdan naciones, sólo pueblos.
Si el amor, como todo, es cuestión de palabras, acercarme a tu cuerpo fue crear un idioma.
Yo vengo sin idiomas desde mi soledad, y sin idiomas voy hacia la tuya.
Si alguna vez la vida te maltrata, acuérdate de mí, que no puede cansarse de esperar aquel que no se cansa de mirarte.
Hay ciudades que son fotografías nocturnas de ciudades.
Date por muerta amor, es un atraco. Tus labios o la vida.
Es más sabio el amor cuando amanece, cuando ya empieza a oírse la mañana, por el camino largo, desierto de tu piel...
Por eso, mientras llueve, agradezco tu cuerpo entre las sábanas y esta pasión desierta de acariciar tus muslos, más o menos extraños y hermosos como un sueño que acaba de llegar.
Siluetas con voz, sombras en las que fue tomando cuerpo esa historia que hoy somos de verdad, una vez apostada la paz del corazón.
¿Prisionero de amor, para quién llevas un hombro de cristal y otro de olvido?
Somos de una ciudad cargada de paciencia, que no conoce el sueño de los invernaderos, ni ha vivido la extraña presencia del amor.
¿Qué haremos de nosotros ahora que los espejos todavía no tienen una sombra que llevarse a sus láminas y los recuerdos nacen aprendiendo a contar hasta diez?
No sabes que tu cuerpo, en las noches sin tiempo como ésta, se confunde de pronto con el amanecer, lo detiene dormido junto a mí.