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Ande yo caliente y ríase la gente.
Luis de Góngora
Argos es siempre atento a su semblante, lince penetrador de lo que piensa, cíñalo bronce o mírelo diamante, que en sus paladiones amor ciego, sin romper muros introduce fuego.
Como aré y sembré cogí: Aré un alterado mar, sembré en estéril arena, cogí vergüenza y afán.
Tan ligero el corzo es, que no da menos enojos el seguillo con los ojos que alcanzallo con los pies; y así por mi cuenta hallo que, si consientes decillo, hizo más que tú en herillo, la saeta en alcanzallo. Mas quede el brazo contento, camila, pues que de hoy más, aunque imposible, podrás decir que has herido al viento.
A trueco de verlos idos, como soy la que interesa, sé decir que no me pesa que vayan favorecidos.
De este real paraíso verde jaula es un laurel de tres dulces ruiseñores que cantan a dos y a tres.
Serénense tus ojos, y más perlas no des, porque al sol le está mal lo que a la aurora bien.
El mayor fiscal de mis obras soy yo.
Mal te perdonarán a ti las horas.
Celosa estás, la niña, celosa estás de aquel dichoso, pues lo buscas, ciego, pues no te ve.
Esto de enmendar costumbres es peligroso y violento.
Por cuerdo te juzgaba, aunque poeta.
Llorando la ausencia del galán traidor la halla la luna y la deja el sol, añadiendo siempre pasión a pasión, memoria a memoria, dolor a dolor.
Arroyo, ¿en qué ha de parar tanto anhelar y subir? acabar sin caudales y sin nombres, para ejemplo de los hombres.
Las palabras, cera; las obras, acero.
Como consulta la dama con el espejo su tez, ¿no consultará una vez con la honestidad su fama?
No fuera menor; y en suma si no queréis sea mi pluma la azada de vuestra huesa, no me tengáis más en calma, que del cuerpo es quien os cura tan confesor, como el cura es el médico del alma.
Galatea lo diga, salteada. Más agradable, menos zahareña, al mancebo levanta venturoso, dulce ya concediéndole y risueña paces no al sueño, treguas sí al reposo, lo cóncavo hacia de una peña a un fresco sitial dosel umbroso, y verdes celosías unas hiedras, trepando troncos y abrazando piedras.
Cuando cubra las montañas de blanca nieve el enero, tenga yo lleno el brasero de bellotas y castañas, y quien las dulces patrañas del rey que rabió me cuente... Y ríase la gente.
Las horas que limando están los días que royendo están los años.
Traten otros del gobierno del mundo y sus monarquías, mientras gobiernan mis días mantequillas y pan tierno, y las mañanas de invierno naranjada y aguardiente... Y ríase la gente.
Que se emplee el que es discreto en hacer un buen soneto, bien puede ser. el que en hacer dos se emplea no puede ser.
¡Qué impertinente clausura y qué propiamente error, fabricar de ajenos yerros las rejas de su prisión!
Mira que la edad miente, mira que del almendro más lozano parca es interior breve gusano.
Vivid felices -dijo- largo curso de edad nunca prolijo; y si prolijo, en nudos amorosos siempre vivid, esposos.
Otra con ella montaraz zagala juntaba el cristal líquido al humano por el arcaduz bello de una mano que al uno menosprecia, al otro iguala.
Dame ya, sagrado mar, a mis demandas respuesta, que bien puedes, si es verdad que las aguas tienen lenguas.
De sitio mejorada, atenta mira en la disposición robusta aquello que, si por lo suave no lo admira, es fuerza que lo admire por lo bello.
Desnudo el joven, cuanto ya el vestido océano ha bebido restituir le hace a las arenas.
Que junte un rico avariento los doblones ciento a ciento bien puede ser; mas que el sucesor gentil no los gaste mil a mil, no puede ser.
Purpúreas rosas sobre Galatea el alba entre lirios cándidos deshoja; duda el amor cuál más su color sea, o púrpura nevada o nieve roja; de su frente la perla es eritrea, émula vana; el ciego dios se enoja, y, condenado su esplendor, la deja pender en oro al nácar de su oreja.
Venus hipócrita es. La fuente deja el narciso que no es poco para él, y ya no se mira a sí, admirando lo que ve.
Pasos de un peregrino son, errante, cuantos me dictó versos dulce musa en soledad confusa, perdidos unos, otros inspirados.
Muda la admiración, habla callando, y, ciega, un río sigue, que -luciente de aquellos montes hijo- con torcido discurso, aunque prolijo tiraniza los campos útilmente.
A la una los pies beso y al otro las manos pido: pues en ellas veo que están, según mi ventura quiso, las llaves del paraíso de este venturoso Adán.
¿A qué piensas, barquilla, pobre ya cuna de mi edad primera, que cisne te conduzco a esta ribera? A cantar dulce, y a morirme luego. si te perdona el fuego que mis huesos vinculan, en su orilla, tumba te bese el mar, vuelta la quilla.
Las flores a las personas ciertos ejemplos les den; que puede ser yermo hoy el que fue jardín ayer.
Si basta un solo cabello para atar mi voluntad, sin que haya necesidad de echarme cadena al cuello.
A batallas de amor, campo de pluma.
Hasta la sabiduría vende la Universidad.