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Tú justificas mi existencia: si no te conozco, no he vivido; si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido.
Luis Cernuda
Un día comprendió como sus brazos eran solamente de nubes; imposible con nubes estrechar hasta el fondo un cuerpo, una fortuna.
Sólo nubes con nubes, siempre nubes más allá de otras nubes semejantes, sin palabras, sin voces, sin decir, sin saber; últimas soledades que no aguardan mañana.
Escucha el agua, escucha la lluvia, escucha la tormenta; esa es tu vida: líquido lamento fluyendo entre sombras iguales.
Creo en el mundo, creo en ti que no conozco aún, creo en mí mismo, porque algún día yo seré todas las cosas que amo: el aire, el agua, las plantas, el adolescente.
La vida en tiempo se vive, Tu eternidad es ahora, Porque luego no habrá tiempo para nada.
Ahora hace falta recoger los trozos de prudencia, aunque siempre nos falte alguno; recoger la vida vacía y caminar esperando que lentamente se llene, si es posible otra vez, como antes, de sueños desconocidos y deseos invisibles.
Tú, verdad solitaria, transparente pasión, mi soledad de siempre, eres inmenso abrazo.
La fortuna es redonda y cuenta lentamente Estrellas del estío. Hacen falta unos brazos seguros como el viento, Y como el mar un beso.
No decía palabras, acercaba tan sólo un cuerpo interrogante, porque ignoraba que el deseo es una pregunta cuya respuesta no existe.
No es en vosotros donde la vida está, sino en la tierra, en la tierra que aguarda, aguarda siempre con sus labios tendidos, con sus brazos abiertos.
Porque en la vida no hay más realidades que éstas: un destello de sol, un aroma de rosa, el son de una voz; y aun así de vanas y efímeras son lo mejor del mundo, lo mejor del mundo para mí.
¿Volver? Vuelva el que tenga, tras largos años, tras un largo viaje, cansancio del camino y la codicia, de su tierra, su casa, sus amigos, del amor que al regreso fiel le espere.
Aun siendo brillante, efímero, inaccesible tu recuerdo, como el de ambos astros basta para iluminar ausente toda esta sombra que me envuelve.
Allá, allá lejos; donde habite el olvido.
Las ciudades, como los países y las personas, si tienen algo que decirnos, requieren un espacio de tiempo nada más; pasado éste nos cansan.
Fatiga de estar vivo, de estar muerto, con frío en vez de sangre, con frío que sonríe insinuando por las aceras apagadas.
No es el amor quien muere somos nosotros mismos.
Como los erizos, ya sabéis, los hombres un día sintieron su frío. Y quisieron compartirlo. Entonces inventaron el amor. El resultado fue, ya sabéis, como en los erizos.
Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío.
Y mi vida es ahora un hombre melancólico sin saber otra cosa que su llanto.
Equívoca delicia. Esa hermosura no rinde su abandono a ningún dueño.
No hace al muerto la herida, hace tan sólo un cuerpo inerte.
¿Quién dice que se olvida? No hay olvido. Mira a través de esta pared de hielo ir esa sombra hacia la lejanía sin el nimbo radiante del deseo.
Mitad y mitad, sueño y sueño, carne y carne; iguales en figura, iguales en amor, iguales en deseo. Aunque sólo sea una esperanza, porque el deseo es pregunta cuya respuesta nadie sabe.
Cómo llenarte soledad, sino contigo misma.
La fuente, que es promesa, el mar sólo la cumple.
Si un marinero es mar, rubio mar amoroso cuya presencia es cántico, no quiero la cuidad hecha de sueños grises; quiero sólo ir al mar donde me anegue, barca sin norte, cuerpo sin norte hundirme en su luz rubia.
Alguien por quien me olvido de esta existencia mezquina, por quien el día y la noche son para mí lo que quiera, y mi cuerpo y espíritu flotan en su cuerpo y espíritu como leños perdidos que el mar anega o levanta libremente, con la libertad el amor, la única libertad que me exalta, la única libertad porque muero.
En el sur tan distante quiero estar confundido. La lluvia allí no es más que una rosa entreabierta; Su niebla misma ríe, risa blanca en el viento.
El mar es un olvido, una canción, un labio; el mar es un amante, fiel respuesta al deseo.
Telarañas cuelgan de la razón en un paisaje de ceniza absorta; ha pasado el huracán de amor, ya ningún pájaro queda.
Todo lo que es hermoso tiene su instante, y pasa.
Este lugar, hostil a los oscuros avances de la noche vencedora, ignorado respira ante la aurora, sordamente feliz entre sus muros.
Estoy cansado de estar vivo, aunque más cansado sería el estar muerto; estoy cansado del estar cansado entre plumas ligeras sagazmente, plumas del loro aquel tan familiar o triste, el loro aquel del siempre estar cansado.
El dolor enseñaba que una forma, aunque opaca, puede ser luminosa.
Unos cuerpos son como flores, otros como puñales, otros como cintas de agua; pero todos, temprano o tarde, serán quemaduras que en otro cuerpo se agranden, convirtiendo por virtud del fuego a una piedra en un hombre.
Si mis ojos se cierran es para hallarte en sueños detrás de la cabeza, detrás del mundo esclavizado, en ese país perdido que un día abandonamos sin saberlo.
Sólo sabemos invocar como niños el frío por miedo de irnos solos a la sombra del tiempo.
Si el hombre pudiera decir lo que ama, si el hombre pudiera levantar su amor por el cielo como una nube en la luz.