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Las espadas han sido concedidas para que ninguno sea esclavo.
Lucano
Si soy el que amas, tu lamento baste, si lamentas fortunas, eso amaste.
Estaba satisfecho de haberse abierto camino sembrando ruinas.
Lo que es pecado de muchos queda sin castigo.
Todas las grandezas terminan derrumbándose sobre sí mismas.
Al que no tiene sepultura, el cielo lo cubre.
Aléjese de los palacios el que quiera ser justo. La virtud y el poder no se hermanan bien.
Está a la sombra de un gran nombre.
Que entre lisonjas que a la dicha aclaman el feliz no averigua si le aman.
Tanto va de tierra a cielo, y de fuego a agua, cuanto de lo útil a lo justo.
De la fortuna aprenda el sabio dónde alcanza el favor, dónde el agravio.
Guerras más que civiles.
Hacednos, si queréis, enemigos de todas las naciones, pero apartad de nosotros la guerra civil.
Huye guerras, que es menos sentimiento padecer su terror que su escarmiento.
Debes considerar no haber hecho nada, si has dejado algo por hacer.
Dormida el alma aún reconoce el lazo del amante, y llorando sentimientos, a inciertas luces abre ojos atentos.
Bajo la máscara de la temeridad se ocultan grandes temores.
¡Oh cuán fácilmente nos conceden los dioses las mayores bendiciones, y cuán difícilmente quieren conservárnoslas!
La causa de los victoriosos complace a los dioses, pero a Catón el botín.
Dios es cuanto ven tus ojos y todo lo que te hace mover.
Saber morir es la primera fortuna para los hombres.
Cada cual sufre su propio naufragio.
¡Que el espíritu de los hombres permanezca ciego respecto a su futuro! ¡Que el pusilánime pueda concebir una esperanza!
Dichosos en su error.
La virtud y el poder supremo no van de la mano.
Ponpeya sobrevivió a sus batallas, pero acabó su fortuna.
Menores iras, no menores lides.
Nada hay tan grande o admirable que, poco a poco, no dejen todos de ir admirando.
Del origen primero del mundo derívase una cadena de causas.
Todas las cosas volverán al caos primitivo.
Con la audacia se encubren grandes miedos.
Ante el inminente peligro, la fortaleza es lo que cuenta.
Siempre al valor la adversidad se opuso.
A ti, Destino, te sigo. ¡Fuera ya de aquí los tratados! Nos entregamos en brazos de la fatalidad. Sea la guerra nuestro juez.
Creía que, mientras le quedase algo por hacer, no había hecho nada.
Y si nada hay prefijado de antemano, sino que el incierto azar lleva y trae a su antojo los destinos, si las cosas humanas están sujetas a infortunio, que al menos los decretos de la suerte nos hieran con golpe imprevisto.
Los hombres temen a los mismos dioses que han inventado.
¡Ved cuán poco hace falta para alargar la vida, y qué poca cosa reclama la naturaleza! Lo que da la salud a estos enfermos no es un vino generoso del tiempo de un antiguo cónsul desconocido, bebido en copa de oro o mirra. Es el agua clara la que les vuelve a la vida. Un río y el fruto de Ceres; ¡esto es todo lo que necesitan los pueblos!
Ya el mudo labio con silencio aboga, porque a las armas hoy cede la toga.
No hay peñasco sin nombre.