Imágenes
La noche... Tus ojos... Un poco de Schumann... Y mis manos llenas de tu corazón.
Leopoldo Lugones
Subyugaba aquella voz de combate rebotando en los cerros: la voz del jefe que aconsejaba lealtad. Flagraban en su acero fugaces lampos. A cada acción, su caballo alfaba.
No temas al otoño, si ha venido. Aunque caiga la flor, queda la rama. La rama queda para hacer el nido.
Les prendas del espíritu joven -el entusiasmo y la esperanza- corresponden en las armonías de la historia y la naturaleza al movimiento y a la luz.
Esa mujer es la luna, que en azar de amable guerra, va arrastrando por la tierra mi esperanza y mi fortuna.
Todo, amada, en tu ausencia siempre larga te llora: el silencio y la estrella, la sombra y la canción, lo que duda en la dicha, la que en la duda implora. Y luego... Este profundo sangrar del corazón.
El mundo, mi mundo, está bajo tus pies, mi ángel, mi princesa, mi amada inmortal.
La juventud, que así significa en el alma de los individuos y de las generaciones, luz, amor, energía, existe y lo significa también en el proceso evolutivo de las sociedades. De los pueblos que sienten y consideran la vida como vosotros, serán siempre la fecundidad, la fuerza, el dominio del porvenir.
Por ruego de aquél punteaba en ocasiones para alguna endecha antigua o espinela amorosa las cuerdas de la guitarra. ¡Ah galardones de la dicha expresa en versos campesinos! ¡Ah tristes ingenuos que resucitaban infortunios, porque el amor, como el vino, revive las penas!
Todo el jardín cantaba para ti, perfumaba, florecía, loco de lirios que ansiaban derramarse a tus pies.
Mi reinita adorada que tan deliciosamente sabe hacerme sufrir. Porque sabrás que la crueldad de tu amor es y será mi delicia más intensa.
A pesar de las apariencias, necesito más que nunca tu consuelo. Estoy triste de tí hasta morir, y sólo después de haber vuelto a verte, comprendo que eres más que nunca mi vida, mi amor, mi esperanza, mi ternura, mi dolor, mi todo.
El sabor de tus labios queridos permanece en mi boca con un gusto de flor, que es el tuyo, mi diamela, y hasta el vacío de mis brazos conserva todavía la suavidad de tu cintura.
Flotó un silencio apenas turbado por distante bisbiseo de latines. El grupo que jinete y cabalgadura formaban, parecía una brusca coagulación de bronce. Una nube pálida subió al rostro del paisano. Sobre su frente la brisa desordenaba algunas mechas. Su brazo permaneció inmóvil todavía un instante...
Cual no arredra al artístico alfarero saber que un día ha de romperse el vaso.
¡Cómo brillaba, cuán inexorable brillaba aquella luna de la eternidad!
El beso de mi amor, de todo mi amor, te muerde, mi alma hasta la agonía.
Aspirad, pues, a desarrollar, en lo posible, no un sólo aspecto, sino la plenitud de vuestro ser.
Hada fiel que mi dicha con sus hechizos forja, es moneda en mi alforja y en mi ruleta es ficha.
Sed, pues, conscientes poseedores de la fuerza bendita que lleváis dentro de vosotros mismos.
Cuánto y cuánto te quiero, mi dulzura lejana. No hago ni he hecho más que recordarte y padecer con tu ausencia, y así será, querido amor, hasta que vuelta a verte. ¿Cuando?
El murmullo de las conversaciones agrandábase en gozosa gratitud. ¡Eso era patriotismo, y querer a sus paisanos, y saber granjearse su cariño hasta la muerte!
Un poco de cielo y un poco de lago donde pesca estrellas el glácil bambú, y al fondo del parque, como íntimo halago, la noche que mira como miras tú.