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Los niños siempre somos víctimas, porque somos dependientes del cuidado de los mayores. Los adultos no.
Laura Gutman
Podríamos decir que a mayor desamparo durante nuestra infancia, más fuerte será nuestro personaje.
Si no asumimos individualmente la responsabilidad de comprendernos y comprender al prójimo, no habrá cambio posible.
Cuando estamos en condiciones de abandonar el personaje -al constatar que no nos sirve más-, el mayor miedo es el de no ser más amados.
Un adolescente que no estalla de deseo -en el área que sea- es porque ha sido sometido a una catástrofe en términos emocionales durante su niñez.
Devenir adultos es tomar las riendas de nuestra vida, atravesar el bosque para encontrarnos de frente con nuestros dragones internos, mirarlos a los ojos y decidir, al final de ese camino lleno de peligros, cuál es el propio.
No hay nada más depredador para un niño que suponer que debe proteger a su madre.
Los adultos solo somos esclavos de nuestras cegueras.
El acné juvenil es directamente proporcional a la necesidad de esconder esa explosión de energía vital.
El bebe siente como propios todos los sentimientos de la mamá, sobre todo aquellos de los que no tenemos conciencia.
Somos los padres quienes debemos mirar y estar disponibles hacia los niños. Nunca los niños debemos sostener ni cuidar a nuestros padres.
Si un bebe padece la ausencia de una necesidad básica, crecerá reclamando eternamente eso que no obtuvo.
Esta es la tarea de cada ser humano: atravesar la vida terrenal en busca de su propia sombra, para llevarla a la luz y caminar el propio sendero de sanación.
No hay cambio político posible si creemos que se trata de pelear contra nuestros contrincantes. Eso no tiene nada que ver con un posible orden amoroso a favor de las comunidades. Las peleas y las luchas políticas no le sirven a nadie, salvo a quien necesite alimentarse de alguna batalla puntual o a quienes anhelan detentar más poder para salvarse.
Hoy tenemos la obligación de ofrecer nuestras habilidades, nuestra inteligencia emocional y nuestra generosidad al mundo, que tanta falta le hace.
Algunos niños tomamos la decisión de no molestar, con la secreta esperanza de ser finalmente reconocidos y amados por nuestra madre si no la hacemos enojar nunca.
Los bebes no crecen solo por la cantidad de leche que ingieren, sino también -y sobre todo- por el contacto emocional con la mamá.