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Me verás reír viéndome sufrir. Y tú llorarás. Y entonces... ¡más mío que nunca serás!
Juana de Ibarbourou
Mi vida es de tu vida tributaria, ya te parezca tumulto, o solitaria, como una sola flor desesperada.
Y te di la miel, del panal moreno que finge mi piel.
¿Qué perfume usas? Y riendo le dije: ¡Ninguno, ninguno! Te amo y soy joven, huelo a primavera...
Crecí para ti. Tálame. Mi acacia implora a tus manos su golpe de gracia.
Cierva y can, astro y flor, agua viva que glisa a tus pies, mi alma es para ti, amor.
Tengo sed otra vez, amado mío. Dame tu beso fresco tal como una piedrezuela del río.
Amando, se poseen todas las primaveras.
El amor es fragante como un ramo de rosas.
Tu beso fue en mis labios de un dulzor refrescante. Sensación de agua viva y moras negras me dio tu boca amante.
Que no sienten vergüenza del sexo sin celajes y a quienes nadie osara fabricarles ropajes.
Espera, no te duermas. Esta noche somos acaso la raíz suprema de donde debe germinar mañana el tronco bello de una raza nueva.
No acaricies mis senos. Son de greda los senos que te empeñas en ver como lirios morenos.
Lo quiero con la sangre, con el hueso, con el ojo que mira y el aliento, con la frente que inclina el pensamiento, con este corazón caliente y preso, y con el sueño fatalmente obseso de este amor que me copa el sentimiento.
Así, cuando yo muera, he de ser a tu lado una pequeña llama de dulzura infinita para tus largas noches de amante desolado.
Llueve, llueve, llueve, y voy, senda adelante, con el alma ligera y la cara radiante, sin sentir, sin soñar, llena de la voluptuosidad de no pensar.
¡Oh, déjame que guste el dulzor del momento fugitivo e inquieto! ¡Oh, deja que la rosa desnuda de mi boca se te oprima a los labios!
¡Mentira! No tengo ni dudas, ni celos, ni inquietud, ni angustias, ni penas, ni anhelos. Si brilla en mis ojos la humedad del llanto, es por el esfuerzo de reírme tanto...
Porque ninguna lágrima rescata nunca el mundo que se pierde ni el sueño que se desvanece.
Hoy, y no más tarde. Antes que anochezca y se vuelva mustia la corola fresca. Hoy, y no mañana. Oh amante, ¿no ves que la enredadera crecerá ciprés?
La niñez es la etapa en que todos los hombres son creadores.
¿Me amarás? Murmuraste. Lenta y grave vibró en mis labios la promesa suave de la dulce, la amable moabita. Y fue como un ¡amén! En ese instante el toque de oración que alzó vibrante la rítmica campana de la ermita.
Amémonos. La noche clara, aromosa y mística tiene no sé qué suave dulzura cabalística. Somos grandes y solos sobre el haz de los campos y se aman las luciérnagas entre nuestros cabellos, con estremecimientos breves como destellos de vagas esmeraldas y extraños crisolampos.
¡No pretendas ahora que ría! ¡Tú no sabes en qué hondos recuerdos estoy abstraída!