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Nunca hay que dolerse del tiempo que ha sido preciso gastar para hacer el bien.
Joseph Joubert
La verdad adquiere las cualidades del alma en que se alberga.
Hay hombres que tienen el genio en el cuerpo; otros lo tienen en el alma.
Ciertos escritores se crean noches artificiales para dar un aspecto de profundidad a su superficie y más relumbre a sus luces mortecinas.
El final de una obra debe hacer recordar siempre el comienzo.
En todos los pueblos, las buenas leyes han comenzado por consolidar lo existente.
Aquel que tiene imaginación, pero carece de conocimientos, tiene alas, pero no tiene pies.
El error se agita, la verdad descansa.
La necesidad que trae su origen de las cosas naturales, nos vuelve sumisos; la que deriva de los hombres, nos subleva.
Escribiendo demasiado arruinamos nuestro espíritu; no escribiendo, lo oxidamos.
Hay armonía en el espíritu siempre que hay exactitud en las expresiones. Ahora bien, cuando el espíritu está satisfecho, pone poca atención a lo que el oído desea.
El gusto en literatura se ha vuelto tan doméstico y la aprobación tan dependiente del placer que, para empezar, buscamos al autor en un libro, y en el autor, sus pasiones y sus humores; si éstos son parecidos a los nuestros, los apreciamos; si son distintos, los rechazamos.
Esta vida no es sino la cuna de la otra. ¿Qué importan, pues, la enfermedad, el tiempo, la vejez, la muerte, si no son más que grados diversos de una metamorfosis que, sin duda alguna, tiene acá abajo más que sus fases iniciales?
El espíritu no forma parte de la verdadera poesía; ésta sale por completo del alma; llega con nuestras quimeras y, aunque no lo queramos, la reflexión no la hallará jamás; es un don que el cielo nos ha otorgado. El espíritu, sin embargo, se prepara, ofreciendo al alma los objetos de éste; la reflexión que, de alguna manera, los desentierra, sirve a ello por las mismas razones.
La prudencia es la fuerza de los débiles.
Tres condiciones son necesarias para hacer un buen libro: el talento, el arte y el oficio. Es decir: la naturaleza, la factura y la costumbre.
Cuando se ama, el corazón es el que juzga.
Entre el espíritu y el alma está la imaginación, que participa del uno y de la otra. Entre el espíritu y la imaginación está el juicio, está el gusto.
La indulgencia es una parte de la justicia.
Hay una cierta opinión de cosa de paz y de inteligencia, que va unida a la idea de estudio, que hace a éste ser mirado con respeto y casi envidiado como una felicidad aun pro gentes poco cultivadas.
Los gobiernos son una cosa que se establece espontáneamente; se erigen ellos mismos, no son erigidos. Se les puede consolidar y darles consistencia, pero no el ser. Estemos seguros de que ningún gobierno puede ser un asunto sobre el que deba recaer una elección; casi siempre es un algo forzoso.
Para vivir basta un poco de vida, para hacer algo de provecho se necesita mucho más.
Gracias a la castidad, el alma respira un aire puro aun en los lugares más corrompidos.
Lo que acarrea todos los males a nuestra literatura se halla en que nuestros sabios tienen poco ingenio y nuestros hombres de ingenio no son sabios.
Que las palabras se separen bien del papel: es decir, que se fijen fácilmente en la atención, en la memoria, que sean fáciles de citar y desplazar.
El lujo de las gentes humildes es la ruina del Estado.
Las cosas literarias pertenecen al mundo intelectual; hablar de éstas con pasión va en contra de la conveniencia, de las proporciones, de la buena disposición y de la sensatez.
Nada se pierde en el mundomoral, del mismo modo que en el mundo material nada se destruye tampoco. Todos nuestros pensamientos y todos nuestros sentimientos no son aquí abajo sino el comienzo de sentimientos y pensamientos que han de completarse en otro lugar.
No deseamos que los libros nos vuelvan mejores, sino más felices que aquellos que los hicieron; que tengan carne y sangre, ingenio y alma. Odiamos -o, cuando menos, ya no sabríamos admirar- los talentos puros.
En unos, el estilo nace de los pensamientos; en otros, los pensamientos nacen del estilo.
Los que tienen ansias de gobernar prefieren la República; los que apetecen ser bien gobernados no quieren más que la monarquía.
Cuando se escribe con facilidad siempre se cree contar con más talento del que se tiene.
Contraemos malos hábitos tanto para el estilo como para la escritura. Un espíritu demasiado tenso, un dedo demasiado contraído, perjudican la facilidad, la gracia, la belleza.
El estilo declamatorio tiene a menudo los inconvenientes de esas óperas en las cuales la música impide escuchar las palabras: en él las palabras impiden ver los pensamientos.
La más perniciosa de las locuras es la que se parece a la sabiduría.
Cuando no puede uno creer que ha habido una Revelación, no puede creer en nada firme e invariable.
Todo se aprende, hasta la virtud.
Yo tengo muy reducida esa parte de la cabeza destinada a recibir las cosas que no están claras.
Cuando se sobrepasa lo sublime se cae en la extravagancia.
Es sobre todo en la espiritualidad de las ideas donde se halla la poesía.