Imágenes
Cuando comprendemos otras lenguas nada nos es más agradable que leer las traducciones. Estas alivian y ejercitan al mismo tiempo, ya que podemos comparar.
Joseph Joubert
Cuando uno escribe debe decir sólo lo que aquellos a quienes uno se dirige quieren saber. No es a la satisfacción del propio espíritu a lo que uno debe aspirar en esta correspondencia, sino a la satisfacción del espíritu del otro.
En literatura, y en los juicios establecidos sobre los autores, encontramos, como en todo, más opiniones convenidas y cosas decididas que verdades.
Los antiguos decían que un discurso adornado no tenía costumbres, es decir, que no expresaba el carácter y las inclinaciones de quien hablaba.
Un rey sin religión tiene siempre la apariencia de tirano.
En efecto, es necesario que las leyes se ajusten, en cierta medida, a los hábitos y costumbres, y que, como decía Solón, sean buenas para el pueblo que las recibe; mas es preciso que ellas sean siempre mejores que el pueblo.
No basta el gusto para apreciar bien las obras de arte; es necesario el juicio, y un juicio ejercitado.
Yo pienso como mi tierra, decía un propietario; palabras rebosantes de sentido y que a diario podemos aplicar. Unos piensan, en efecto, como su tierra, otros como su tienda, éstos como su martillo, y aquéllos como su bolsillo vacío y con hartas ganas de volver a verse lleno.
Solamente de la indisolubilidad del matrimonio puede derivarse para la mujer la comunidad efectiva de las preeminencias de su esposo, y de ahí también las muestras externas de consideración, honores y respeto.
A los antiguos hay que leerlos despacio; necesitamos mucha paciencia, es decir, mucha atención para obtener placer cuando recorremos esas obras.
La poesía es útil sólo para los placeres del alma.
Querer prescindir de lo necesario o emplear lo inútil: he ahí dos fuentes de males en la composición literaria.
Cuando en vez de sustituir las imágenes por las ideas, sustituimos las ideas por las imágenes, embrollamos el tema, oscurecemos su materia, volvemos menos clarividente el espíritu de los otros y también el nuestro.
Los libros que uno se propone releer en la edad madura son muy semejantes a los lugares en donde uno quisiera envejecer.
La agricultura fomenta la sensatez: una sensatez de excelente índole.
Hay que tratar a las lenguas como a los campos; para volverlas fecundas, cuando ya no son nuevas, hay que removerlas desde lo más profundo.
El placer no es sino la felicidad de una parte del cuerpo.
El dinero es un estiércol estupendo como abono, lo malo es que muchos lo toman por la cosecha.
Lo que sorprende, sorprende una vez, pero lo que es admirable lo es más cuanto más se admira.
Si no se tiene cierta condescendencia y cierto respeto por el autor, la mitad de un libro serio impacienta siempre cuando es nuevo y dice cosas nuevas; no oímos nada de lo que nunca hubiéramos pensado.
Es de esa clase de inteligencia parecida a los espejos convexos o cóncavos, que representan los objetos tal y como los reciben, pero que nunca los reciben tal y como son.
Hay que entrar en las ideas de los otros si se quiere sacar provecho de las conversaciones y de los libros.
Algunas palabras dignas de memoria pueden bastar para ilustrar una gran sensibilidad.
La luz es la sombra de Dios; la claridad es la sombra de la luz.
Todos nuestros instantes de luz son instantes de dicha. Cuando hay claridad en nuestro espíritu, hace buen tiempo.
Debemos reconocer como maestros de las palabras tanto a los que saben abusar como a los que saben hacer buen uso de ellas, mas éstos son los reyes de la lengua y aquéllos los tiranos.
Las pasiones buscan aquello que las alimenta; así, el miedo ama la idea del peligro.
La poesía a la que Sócrates decía que los dioses le habían aconsejado consagrarse debe ser cultivada en cautiverio, en las enfermedades y en la vejez. Es ésta la que deleita a los moribundos.
¡Fuerzas siempre en acción, actividad sin descanso, movimiento sin intervalos, agitación sin calma, pasiones sin melancolía, placeres sin tranquilidad! Eso es desterrar el sueño de la vida, caminar sin sentarse jamás, envejecer en pie y morir sin haber dormido nunca.
Todos los escritores que poseen eso que llamamos originalidad corrompen el gusto del público, a no ser que éste sepa por sí mismo que no se les debe imitar.
El fin de las disputas y polémicas no debe ser la victoria, sino el perfeccionamiento.
En los gustos y en los juicios literarios la moda siempre tiene algo que ver.
Nuestros padres juzgaban los libros a través de su gusto y de su razón. Nosotros los juzgamos a través de las emociones que nos causan. ¿Este libro puede perjudicar o puede servir? ¿Es apropiado para perfeccionar o para corromper el espíritu? ¿Hará el bien o hará el mal? Las grandes preguntas que nuestros antecesores se planteaban. Nosotros preguntamos: ¿Causará placer este libro?
La literatura. A lo que no tenga encanto y cierta serenidad no podremos llamarlo literatura. Incluso en la crítica debe hallarse alguna amenidad; si falta por completo, entonces ya no es literatura. En los periódicos encontramos todo el tiempo esta repelente controversia. Donde no hay ninguna delicadeza no hay literatura.
Recordad que la filosofía tiene su musa, y que no debe ser una oficina de razonamientos.
Los buenos libros filosóficos son los que exponen con claridad lo que es oscuro en el mundo, y para todo el mundo.
La razón nos puede mostrar qué cosas son menester evitar; pero sólo el corazón nos dirá qué es lo que debemos hacer. Dios no está en nuestros tanteos, sino en nuestra conciencia. Cuando razonamos, caminamos solos, sin su compañía.
Sólo se debe emplear en un libro la dosis de ingenio que se requiere, pero en la conversación se puede emplear más de la que se requiere.
El pensamiento es unas veces nada más que un movimiento y otras una acción del alma.
Sólo los pensamientos, tomados aisladamente, caracterizan a un escritor. Con razón los llamamos trazos, y los citamos; muestran la cabeza y el rostro, por así decirlo; el resto no muestra más que las manos. Hay fantasmas de autores y fantasmas de obras.