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Como quiera que todo mal es un castigo, síguese que ningún mal debe considerarse como necesario.
Joseph de Maistre
No son los hombres los que digieren la revolución, es la revolución la que se sirve de los hombres.
Diviértase y viva cuanto quiera el ocioso: es su oficio; pero que no venga a fastidiarnos con sus impertinencias sobre la desgracia de quienes no se le parecen.
El genio no se arrastra apoyándose en silogismos. Su marcha es desembarazada; sus métodos tienen algo de inspirados. Vésele llegar, y nadie, sin embargo, le ha visto caminar.
La cosa más ridícula en una mujer es ser un hombre.
Cada nación tiene el gobierno que se merece.
Yo doy gracias a Dios de mi ignorancia aun más que de mi ciencia; porque mi ciencia es cosa mía, a lo menos en parte, y, por consiguiente, no puedo estar seguro de que sea buena, mientras que mi ignorancia (aquella cuando menos de que hablo ahora) procede de El; y así tengo en ella toda la confianza que puedo.
Si hacemos que las verdades se dobleguen ante las dificultades, se acabó la filosofía.
El hombre que trabaja, nunca es absolutamente desgraciado.
Ningún error puede ser útil, así como ninguna verdad puede dañar.
No hay método fácil para aprender cosas difíciles. El único método existente es: cerrar su puerta, ordenar que se diga; "no está en casa", y trabajar.
La ley justa no es precisamente aquella que hace sentir sus efectos sobre todos, sino la que está hecha para todos; el efecto de la ley para esta o aquella persona en particular, no es más que un mero accidente.
El gran fallo de las mujeres es desear ser como los hombres.