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Trata a tu cuerpo con caridad, pero no con más caridad que la que se emplea con un enemigo traidor.
Josemaría Escrivá de Balaguer
Cada vez estoy más persuadido: la felicidad del Cielo es para los que saben ser felices en la tierra.
El minuto heroico. - Es la hora, en punto, de levantarte. Sin vacilación: un pensamientosobrenatural y... ¡arriba! - El minuto heroico: ahí tienes una mortificación que fortalece tu voluntad y no debilita tu naturaleza.
Si ves claramente tu camino, síguelo. ¿Cómo no desechas la cobardía que te detiene?
El plano de santidad que nos pide el Señor, está determinado por estos tres puntos: La santa intransigencia, la santa coacción y la santa desvergüenza.
Si se ama mucho a una persona, se desea saber todo lo que a ella se refiere. - Medítalo: ¿tú tienes hambre de conocer a Cristo? Porque... con esa medida le amas.
El día que "sientas" bien tu apostolado, ese apostolado será para ti una coraza donde se embotarán todas las asechanzas de tus enemigos.
Para tantos, la comprensión que exigen a los demás consiste en que todos se pasen a su partido.
Si sabes que tu cuerpo es tu enemigo, y enemigo de la gloria de Dios, al serlo de tu santificación, ¿Por qué le tratas con tanta blandura?
Aprende a mortificar tus caprichos. Acepta la contrariedad sin exagerarla, sin aspavientos, sin... histerismos. Y harás más ligera la Cruz de Jesús.
Dime, dime: eso... ¿Es una amistad o es una cadena?
Donde la mano siente el pinchazo de las espinas, los ojos descubren un ramo de rosas espléndidas, llenas de aroma.
¿No crees que la igualdad, tal como la entienden, es sinónimo de injusticia?
Todas las cosas de este mundo no son más que tierra. - Ponlas en un montón bajo tus pies, y estarás más cerca del cielo.
La alegría de los pobrecitos hombres, aunque tenga motivo sobrenatural, siempre deja un regusto de amargura. -¿Qué creías? -Aquí abajo, el dolor es la sal de nuestra vida.
La caridad de Jesucristo te llevará a muchas concesiones nobilísimas. - Y la caridad de Jesucristo te llevará a muchas intransigencias, nobilísimas también.
Siente cada día la obligación de ser santo. - ¡Santo!, que no es hacer cosas raras: es luchar en la vida interior y en el cumplimiento heroico, acabado, del deber.
No conviene mirar lo que no es lícito desear.
Eres curioso y preguntón, oliscón y ventanero: ¿no te da vergüenza ser, hasta en los defectos, tan poco masculino? -Sé varón.
Procura que donde estés haya ese buen humor, esa alegría, que es fruto de la vida interior.
¡Ahora! Vuelve a tu vida noble ahora. - No te dejes engañar: ahora no es demasiado pronto... ni demasiado tarde.
Tú no serás caudillo si en la masa sólo ves el escabel para alcanzar altura. Tú serás caudillo si tienes ambición de salvar todas las almas.
Obedecer..., camino seguro. - Obedecer ciegamente al superior..., camino de santidad. - Obedecer en tu apostolado..., el único camino: porque, en una obra de Dios, el espíritu ha de ser obedecer o marcharse.
Si eres sensato, humilde, habrás observado que nunca se acaba de aprender... Sucede lo mismo en la vida; aun los más doctos tienen algo que aprender, hasta el fin de su vida; si no, dejan de ser doctos.
Los enamorados no saben decirse adiós: se acompañan siempre.
¡No me seas comodón! No esperes el año nuevo para tomar resoluciones: todos los días son buenos para las decisiones buenas.
Bendito sea el dolor. Amado sea el dolor. Santificado sea el dolor... ¡Glorificado sea el dolor!
Amando a Cristo soportaremos fácilmente la debilidad de los demás, también de aquél a quien no amamos todavía, porque no tiene obras buenas.
Son santos los que luchan hasta el final de su vida: los que siempre se saben levantar después de cada tropiezo, de cada caída, para proseguir valientemente el camino con humildad, con amor, con esperanza.
Para acabar las cosas, hay que empezar a hacerlas.
Persevera en la oración. - Persevera, aunque tu labor parezca estéril. - La oración es siempre fecunda.
El cristiano debe amar a los demás, y por tanto, respetar las opiniones contrarias a las suyas, y convivir con plena fraternidad con quienes piensan de otro modo.
El corazón, a un lado. Primero, el deber. Pero, al cumplir el deber, pon en ese cumplimiento el corazón: que es suavidad.
Cuando percibas los aplausos del triunfo, que suenen también en tus oídos las risas que provocaste con tus fracasos.
Si tienes presencia de Dios, por encima de la tempestad que ensordece, en tu mirada brillará siempre el sol; y, por debajo del oleaje tumultuoso y devastador, reinarán en tu alma la calma y la serenidad.
¿Por qué has de enfadarte si enfadándote ofendes a Dios, molestas al prójimo, pasas tú mismo un mal rato y te has de desenfadar al fin?
Si sabes que esos dolores -físicos o morales- son purificación y merecimiento, bendícelos.
No me pongas al sacerdote en el trance de perder su gravedad. Es virtud que, sin envaramiento, necesita tener.
A Jesús siempre se va y se vuelve por María.
¡Señor!, no te fíes de mí. Yo sí que me fío de Ti.