Imágenes
El agua misma, la ondulada y fresca, ponga un poco de sol en tu dolor. ¡Pez de luna bruñida no se pesca, pescador!
José Gorostiza
Como se pierden las barcas, ¡ay de mí! Como se pierden las nubes y las barcas, me perdí. Y pues nadie me lo pide, ya no tengo corazón. ¿Quién me compra una naranja para mi consolación?
El dolor me sangraba el pensamiento, y en los labios tenía, como una rosa negra, mi silencio.
Menesteroso de silencio, pido tres palmos de la orilla desolada, de donde pueda regresar sencilla, como un fuego marino, la mirada.
¡Ponga dios una lenta lágrima de mujer en los ojos del mar!
¿Has visto pasar los barcos desde la orilla? Recuerdan sus faros malabaristas, verdes, azules y sepia, que tu mirada trasciende la oscuridad de la niebla, y más aún, la ilumina a punto de transparencia.
En mi propia casa como en la ajena, he creído sentir que la poesía, al penetrar en la palabra, la descompone, la abre como un capullo a todos los matices de significación.
Noche, madre sombría: cuando llegue el minuto negro de mi borrasca, hazme sufrirlo aquí, junto a la orilla del agua amarga que, si me vienen ganas de llorar, quiero tener azules las ideas, y en mis palabras el sonar de las mareas.
La poesía no es diferente, en esencia, a un juego de a escondidas en que el poeta la descubre y la denuncia, y entre ella y él, como en amor, todo lo que existe es la alegría de este juego.
Las cosas discretas, amables, sencillas; las cosas se juntan como las orillas.
A veces me dan ganas de llorar, pero las suple el mar.
Porque la claridad, al descender en giros de canción, enciende una alegría de mujer en el espejo gris del corazón.
No obstante, oh paradoja, constreñida por el rigor del vaso que la aclara, el agua toma forma.