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Llamamos realidad a la locura.
Jorge Majfud
Una sociedad no se define como desarrollada por la riqueza que tiene sino por la pobreza que no tiene.
Habitamos las ciudades de los muertos y sus ideas nos habitan cada día.
Mientras las universidades logran robots que se parecen cada vez más a los seres humanos, no sólo por su inteligencia probada sino ahora también por sus habilidades de expresar y recibir emociones, los hábitos consumistas nos están haciendo cada vez más similares a los robots.
Quizás la principal diferencia entre un sabio y un necio es que uno de ellos sabe cuando no sabe. Pero el mundo le pertenece al otro.
No existe mejor estrategia contra un rumor verdadero que inventar otro falso que pretenda confirmarlo.
No es por casualidad que la mayoría de los jugadores de basquetbol sean hombres altos, ni que la mayoría de los travestíes sean homosexuales. Tampoco es casualidad de que la mayor parte de aquellos que ostentan el poder sea gente ambiciosa. Es decir, no es casualidad que el mundo esté gobernado por gente que no debería gobernarlo.
El fracaso del Paraíso Socialista en la Tierra no significa que el socialismo no sea posible sino que lo imposible es el Paraíso en la Tierra. Eso queda demostrado con el fracaso del Paraíso Anti-socialista, que no sólo es posible sino que, además, está de moda.
Esta actitud ciega de la Sociedad del Conocimiento se parece en todo a la orgullosa consideración de que 'nuestra lengua es mejor porque se entiende'. Sólo que con una intensidad del todo trágica, que se podría traducir así: nuestros muertos son verdaderos porque duelen.
Llamamos realidad a la locura que permanece y locura a la realidad que se desvanece.
No pienses que somos indiferentes. Lo que ocurre es que normalmente estamos ocupados con algo que no son los demás.
Durante siglos los hombres buscaron un consuelo a su más profunda angustia, pero todas las respuestas parecieron pequeñas ante la muerte. Hasta que alguien, no se sabe quién, descubrió la verdad. Y como vieron que a todos servía como respuesta a los temores del primer hombre, la defendieron con su sangre y con la sangre de los demás, primero, y con la mentira después.
Cuando se habla de drogas, se culpa a los productores, no a los consumidores. Pero cuando se habla de armas, se culpa del mal a los consumidores, no a los productores. La razón estriba, entiendo, en el lugar que ocupa el poder. En el caso de las drogas, los productores son los otros, no nosotros; en el caso de las armas, los consumidores son los otros; nosotros nos limitamos a su producción.
El miedo al otro hace que nos parezcamos al otro que nos teme.