Imágenes
Dios cuando reza se mira al espejo.
Jorge Díaz
No vengo del lenguaje. No soy un escritor. Sin un grupo detrás no puedo escribir ni una línea. Soy un arquitecto que ve las palabras en el espacio.
Los actores jóvenes nos rehúyen como apestados, tienen miedo que les lloremos sobre el hombro.
Me resultaría mucho más fácil creer en Dios, si no nos hubiera creado a su imagen y semejanza.
No hago absolutamente nada para que se monten -sus obras-... De hecho, una vez que las escribo me olvido de ellas. En fin, son situaciones a las que no les doy importancia, sólo corresponden al azar.
En la historia oficial de este tiempo aparecerán estadísticas, índices de producción macroeconómicos, muchas impunidades maquilladas y algunos próceres de baba incontinente. Sólo el teatro hablará del hombre opaco que sufrió la lejanía y la gangrena muda del destierra, lejos de un país hermoso y triste, que todavía no sé si de verdad existe.
Gracias a los niños he aprendido que el teatro es una historia de un día de lluvia que hay que cambiarla al día siguiente cuando sale el sol.
Los dramaturgos y los actores de esta orilla y de la otra, son lo que han creado y preservado espacios de libertad aún en los peores tiempo de la peste, la cólera, la persecución y el exterminio. Todos ellos, aparte del lenguaje, tienen en común el mismo deseo: reunir a un pequeño grupo de personas (cada día más pequeño) para celebrar la liturgia gozosa y cómplice del teatro.
Escribir es para mí divertir a los demás con mis secretos más dolorosos enmascarados detrás de una mueca burlona.
Escribo por si acaso aparece entre las sílabas muertas una palabra viva.
Lo que en un momento dado se llamó teatro del absurdo -terminología ya pasada de moda, totalmente- no era más que una aproximación poética y humorística a las cosas. De hecho, jamás me habría atrevido -en teatro y en otras áreas- a insinuar o a decir cosas si no es a través del humor.
Siempre me gustaron los cómics y la novela negra. Yo quería ser Alberto Breccia y Georges Simenon, pero sólo me dio el cuero para ser Jorge Díaz.
Para mi Dios es un buda que me sonríe con el ombligo al aire.
Rechazar todo lo que nos impide acercarnos con respeto al misterio, a lo inexpresivo, a la inefable dignidad del hombre, a la magia de su densidad, a los mundos desconocidos por todos e intuidos por pocos, acercarnos con respeto al nudo de lo inexpresable que es el corazón de los demás.
Cada ausencia es la esperanza de un nuevo nacimiento.
Soy una persona que tiene mucho material, porque me dedico a escribir en forma obsesiva.
Desde niño era aficionado al dibujo y no a escribir. En la escuela y en la universidad me gustaba hacer monitos, dibujos. Si pudiera decir que tengo una vocación más honda, más arraigada, más antigua, diría que es la gráfica.
Los anteojos de aquel exiliado estaban sucios con el polvo de la nostalgia.
Escribir una sola palabra es encender la lumbre del misterio. Escribir más de una palabra es un incendio.
El amor no es un arte, es una pelea cuerpo a cuerpo por sobrevivir.
A falta de experiencias existenciales yo adquiero experiencias imaginarias.
Lo malo no es no tener dónde caerse muerto, lo realmente malo es no tener dónde caerse vivo.
Hoy, que se queman las utopías en el sucio fogón de las vergüenzas, los dramaturgos, son sus signos en el aire, reivindican la última y más indispensable utopía: la de inventar sueños, la de celebrar ritos pánicos a la vida, la de levantar un espejo mágico para que la sociedad vea sus heridas y se ría de ellas.
Si, aunque les parezca absolutamente increíble, la verdad es que tienen delante de ustedes a un dramaturgo, especie desaparecida hace décadas, algo así como un dinosaurio enano. Pueden tocarme, pellizcarme y tirarme maní. No muerdo, no huelo mal y ni siquiera me reproduzco en cautiverio.
Para salvar a esta especie de mamíferos en vías de extinción hay que llevar al dramaturgo al escenario: ese es su hábitat. Los que quieren continuar recluidos en sus escritorios y sus diccionarios, es mejor que se extingan. La fauna no habrá perdido nada.