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La constitución que íbamos a tener sería mejor que la de 1925, esa es la verdad.
Jorge Arrate
Una de las maneras de aproximarse a la elaboración de un nuevo proyecto de izquierda para el siglo XXI es la exploración de las contradicciones entre democracia y mercado.
Murió, pero aún respira...
Un nuevo proyecto histórico de contenido socialista debe apuntar a establecer una democracia participativa que supere los límites de la puramente representativa.
Hace treinta y cinco años el mundo abrió ojos y oídos y supo que estaba frente a un héroe. Chile debió cerrar los suyos y ha tardado en abrirlos por completo.
Yo diría que la revolución cubana se metió entre cuero y carne en los socialistas chilenos, incluso antes del triunfo.
La sociedad expresa, cada vez que puede, aspiraciones que el sistema político no registra cabalmente. Los ciudadanos, por exclusión, autoexclusión, desesperanza o sometimiento a la disciplina social, son rehenes de un mecanismo cuya sensibilidad está cada día más desmarcada del sentir popular.
La razón democrática debe ordenar la esfera de la economía.
Todo proyecto de izquierda debe hacerlo. Lo posible y lo imposible son construcciones culturales. Someterse a una definición preestablecida significa someterse al modelo vigente. No se trata de ignorar la realidad, se trata de ampliar al máximo las fronteras de su transformación.
Creo que hay que apretar todos los botones de los que uno dispone inteligentemente. Es necesario desplegar toda la potencialidad política, toda la potencialidad social y toda la potencialidad cultural. No hay que dejar ningún botón, por poco importante que sea, que no sea activado, siempre que se pueda activar visto el cálculo de riesgo...
Sin la condición original que marcó al socialismo clásico, que proponía la abolición de la propiedad privada, un proyecto de izquierda debe considerar los diversos tipos de propiedad, utilizar el sistema de precios y el mercado debidamente regulado e incorporar modos de gestión más eficientes surgidos de la experiencia capitalista.
Se ha avanzado, paso a paso, demasiado lentamente, al tranco cansino y dubitativo de la transición chilena a la democracia que terminó, mal que nos pese, en una democracia incompleta y excluyente.