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El amor purifica el pensamiento y engrandece el corazón; lleva a la razón por guía.
John Milton
Nada beneficia más que la autoestima, basada en lo que es justo y correcto.
Su sentencia, sin embargo, le tenía reservado mayor despecho, porque el doble pensamiento de la felicidad perdida y de un dolor perpetuo le atormentaba sin tregua.
El abismo no tiene límites ni vacío, porque yo soy el abismo; lo infinito está lleno de mí. Pero yo, a quien nada puede contener, me retiro y no extiendo por todas partes mi bondad, que es libre de obrar o de no obrar: el hado y la necesidad en mí no influyen: mi voluntad es el destino.
No ames ni aborrezcas la vida, pero mientras te dure, esfuérzate en vivir bien.
El menosprecio que haces de la vida y del placer parece indicar que hay en ti algo más sublime.
La mente tiene su propia función, y en ella puede hacerse del infierno un cielo, o del cielo un infierno.
¡Oh, mi dulce compañera, única con quien comparto todos estos placeres, y a quien amo más que a ellos!
La soledad a veces es la mejor compañía.
¡Maldecido amor, o maldecido odio, que tanto valen para mí uno como otro, dado que es eterna mi desventura!
A aquellos que han apagado los ojos del pueblo, reprochadles su ceguera.
Libremente servimos, porque libremente amamos; de nuestra voluntad depende el amar o no, y en ella por consiguiente estriba nuestra elevación o nuestra ruina.
Tan fácil parece una vez descubierto lo que antes de descubrirse se hubiera tenido por imposible.
Ni hombres ni ángeles pueden discernir la hipocresía, vicio invisible en cielo y tierra, excepto para Dios que lo consiente.
Un buen libro es preciosa sangre de vida de un espíritu magistral, embalsamado y atesorado con el propósito de dar vida más allá de la vida.
Donde no hay esperanza no hay temor.
El ambicioso, para lograr su fin, debe rebajarse tanto como ha pretendido elevar sus miras, y por encumbrado que esté, humillarse hasta los mas vilesempleos.
¡Adiós, esperanza! Y con la esperanza, ¡adiós, miedo! ¡adiós, remordimiento! Todos los bienes los doy por perdidos.
Mi consejo es: ¡guerra declarada!
La suerte es el residuo de los designios.
¿Qué es el pueblo sino un confuso rebaño, una turbamulta heterogénea, que exalta las cosas más vulgares?
¿Qué es la fuerza sin una doble porción de sabiduría?.
Vileza es mostrarse débil, bien en las obras, bien en el sufrimiento.
Dios no necesita ni de las obras del hombre ni de sus dones; aquel que lleva mejor su suave yugo es el que mejor le sirve.
Los males del hombre tienen un mismo origen, todos provienen de la mujer.
El que vence por la fuerza, no vence más que a medias a su enemigo.
En un mundo de fugitivos el que transita el justo camino, parece huir.
El espíritu vive en sí mismo, y en sí mismo puede hacer un cielo del infierno, o un infierno del cielo. ¿Qué importa el lugar donde yo resida, si soy el mismo que era, si lo soy todo, aunque inferior a aquel a quien el trueno ha hecho más poderoso?
La opinión, en los hombres sensatos, es conocimiento en formación.
Humillado Querubín, vileza es mostrarse débil, bien en las obras, bien en el sufrimiento. Ten por seguro que nuestro fin no consistirá nunca en hacer el bien; el mal será nuestra única delicia, por ser lo que contraría la Suprema Voluntad a que resistimos.
Largo y difícil es el camino que desde el infierno lleva al cielo.
Antes que perder la libertad es mejor quedarse ciego para no tener que sufrir el triste espectáculo que nos iba a ofrecer nuestro triste espejo.
Denme la libertad para saber, pensar, creer y actuar libremente de acuerdo con la conciencia, sobre todas las demás libertades.
¡Qué encanto hay en la divina filosofía, que no es dura y escabrosa, como suponen los necios, sino armoniosa como la lira de Apolo!
La soledad es a veces, la compañía más agradable y una separación, aunque corta, hace más dulce el placer de volver a verse.
La tierra se parecía ahora a los cielos, un lugar donde los dioses pudieran morar o que podrían recorrer gozosamente buscando al mismo tiempo sus umbrías sagradas.
El conocer lo que tenemos delante de nosotros, en nuestra vida ordinaria, esa es la principal sabiduría.
La soledad es a veces la mejor compañía, de modo que un corto retiro acelera un dulce retorno.
El espíritu lleva en sí mismo su propia morada y puede llegar en sí mismo a hacer un cielo del infierno o un infierno del cielo.
Bien que no se conoce, no es tal bien, y el poseer lo que no se aprecia es como si no se poseyese.