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En esta lucha revolucionaria no hay modelos, no hay recetas, simplemente una pregunta terriblemente urgente. No una pregunta vacía, sino una pregunta llena de mil respuestas.
John Holloway
La lógica del capital es una lógica de mando, de jerarquía y de división. Es una lógica que reniega de la subjetividad. Es una lógica que objetiviza al sujeto.
La fuerza motora de la crisis -sostiene- es el impulso hacia la libertad, la fuga recíproca del capital y del antitrabajo, la repulsión mutua del capital y de la humanidad. El primer momento de la revolución es puramente negativo.
La dignidad no marcha por una carretera recta. El camino por recorrer son múltiples caminos que se hacen al andar: caminos, entonces, que resisten definición. Más que una marcha, es un caminar, un andar. Un caminar, pero no simplemente un pasear. La dignidad es siempre un caminar en contra de: en contra de todo lo que niega la dignidad.
No podemos decir que es necesario primero adoptar métodos capitalistas (luchar por el poder) para luego ir en el sentido contrario (disolver el poder). La historia nos grita que esto no funciona: el termidor estalinista ya está presente en la distinción leninista entre comienzos y desarrollo.
La antipolítica es necesariamente experimental, ya que el movimiento del capital es un movimiento constante para imponer simetría, para institucionalizar e integrar las formas anticapitalistas de lucha.
La lucha de clases... Es la lucha por clasificar y en contra de ser clasificado, al mismo tiempo que es, indistinguiblemente, la lucha entre las clases constituidas. No luchamos como clase trabajadora, luchamos en contra de ser clase trabajadora; en contra de ser clasificados. Nuestra lucha no es la del trabajo alienado: es la lucha contra el trabajo alienado.
Centrarse en el hacer es, simplemente, ver el mundo como lucha.
Nosotros, que no explotamos y no queremos explotar, nosotros que no tenemos poder y no queremos tenerlo, nosotros que todavía queremos vivir una vida humana, nosotros que somos los sin rostro y sin voz: nosotros somos la crisis del capitalismo. La teoría de la crisis no sólo es una teoría del miedo sino también una teoría de la esperanza.
La caída de la Unión Soviética no sólo significó la desilusión de millones de personas: también implicó la liberación del pensamiento revolucionario, la liberación de la identificación entre revolución y conquista del poder.
El capital es un proceso de separar. Separa lo hecho del hacer, y por lo tanto separa a los hacedores de lo hecho y de su propio hacer.
¿Cuántas veces se ha desviado el grito contra la opresión en una afirmación de identidad nacional, en movimientos de liberación nacional que han hecho poca cosa más que reproducirla opresión contra la cual se dirigía el grito? El Estado es exactamente lo que la palabra sugiere: un bastión contra el cambio, contra el flujo del hacer, la encarnación de la identidad.
La revolución solamente es concebible si comenzamos a partir del supuesto de que ser un revolucionario es un asunto muy común, muy habitual, de que todos somos revolucionarios, aunque en formas muy contradictorias, fetichizadas, reprimidas. El grito, el NO, el rechazo que es parte integral del vivir en una sociedad capitalista: ésta es la fuente del movimiento revolucionario.
Para comenzar a pensar en el poder y en cambiar el mundo sin tornar el poder (o, incluso, en otra cosa cualquiera), debemos partir desde el hacer. El hacer implica ser capaz de hacer.
Nuestra dignidad implica luchar contra su propia negación, implica luchar por un mundo donde la dignidad esté reconocida, donde por lo tanto no haya explotación, no haya poder-sobre. Eso obviamente es parte de la esperanza también, la esperanza implica una proyección hacia un mundo digno, hacia un mundo libre hacia un mundo auto-determinante. Para mí estos dos conceptos van juntos.
El capitalismo es el reino de: así son las cosas, así es la vida, tú eres una mujer y las mujeres son así.
El mundo indigno nos limita, nos define, nos define de una forma que no es externa, sino que penetra nuestra existencia misma.
Lo que está en discusión en la transformación revolucionaria del mundo no es de quién es el poder sino la existencia misma del poder. Lo que está en discusión no es quién ejerce el poder sino cómo crear un mundo basado en el mutuo reconocimiento de la dignidad humana, en la construcción de relaciones sociales que no sean relaciones de poder.
La lucha de ellos es para separar, la lucha de nosotros es para unificar. Nuestra lucha no es la lucha del contrapoder: es la lucha del antipoder.
Si participamos en lo político sin cuestionar lo político como forma de actividad social, entonces, no importa qué tan progresivas sean nuestras políticas, estamos participando activamente en el proceso de separación que es el capital contra el cual supuestamente estamos luchando.
En la situación actual... Bueno que tenemos que cambiar el mundo, que no sabemos cómo hacerlo, que no va por el Estado, que entonces es un proceso colectivo de caminar preguntando, pero parte de este proceso de caminar preguntando, es imaginar, ¿No?, imaginar nuevas formas de lucha, imaginar nuevas formas de organización, la fantasía.
Nosotros somos el fuego, el capital es el bombero. En términos más tradicionales: la única fuerza de producción es la fuerza creativa del hacer humano, y las relaciones capitalistas de producción luchan todo el tiempo para contenerla.
Criticar es reconocer que somos seres divididos. Criticar la sociedad es criticar nuestra propia complicidad en la reproducción de esa sociedad. Comprender esto no debilita nuestro grito de ninguna manera. Por el contrario, lo intensifica, lo hace más urgente.
Cambiar el mundo sin tomar el poder, como su propio nombre indica, implica una necesidad de cambio del mundo. Este cambio debemos hacerlo partiendo de la base de que la lucha por cambiar el mundo no debe ser una lucha centrada en el estado y en la toma de poder del estado. Es fundamental que desarrollemos nuestras propias estructuras, nuestras propias formas de hacer las cosas.