Imágenes
Cuando era pequeño -se dijo- me gustaba explorar. Y entonces vivía en Berlín, donde lo conocía todo y podía encontrar cualquier cosa que quisiera con los ojos vendados. Aquí está todo por explorar. Quizá haya llegado el momento de empezar.
John Boyne
Hay veces en que le envidio su juventud, pero trato de no pensar mucho en eso. Un anciano no debe tener celos de aquellos que vienen a ocupar su puesto, y recordar el tiempo en que era joven, sano y viril es un acto de masoquismo que no sirve de nada.
Tú eres mi mejor amigo -dijo-. Mi mejor amigo para toda la vida.
Es muy bueno fingiendo ser alguien que no es -le comenté después a Zoya en el vestíbulo, cuando esperábamos para felicitarlo, sin saber muy bien si con esas palabras pretendía o no halagarlo-. No sé cómo lo hace.
Que uno contemple el cielo por la noche no lo convierte en astrónomo.
Pero alrededor de la casa nueva no había otras calles, ni nadie paseando tranquilamente ni caminando con prisa, y por supuesto, tampoco ninguna tienda ni puestos de fruta y verdura. Cuando cerraba los ojos, sólo notaba vacío y frío alrededor, como si se hallara en el lugar más solitario del planeta. Era como el fondo de la nada.
Un día Bruno le preguntó por qué todos los que vivían al otro lado de la alambrada llevaban el mismo pijama de rayas y la misma gorra de tela. -Fue lo que nos dieron cuando llegamos aquí -explicó Shmuel-. Y se quedaron toda nuestra ropa.
Su hermano se acercó a la ventana y, mientras contemplaba a aquellos cientos de personas que trajinaban o deambulaban a lo lejos, reparó en que todos -los niños pequeños, los niños no tan pequeños, los padres, los abuelos, los tíos, los hombres que vivían en las calles y que no parecían tener familia- llevaban la misma ropa: un pijama gris de rayas y una gorra gris de rayas.