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Yo no me llamo Monseñor -respondió el monstruo- sino la Bestia. No me gustan los halagos, y sí que los hombres digan lo que sienten; no esperes conmoverme con tus lisonjas.
Jeanne Marie Leprince de Beaumont
Tienes razón -dijo el monstruo-, aun cuando yo no pueda juzgar mi fealdad, pues no soy más que una bestia. -No se es una bestia -respondió la Bella- cuando uno admite que es incapaz de juzgar sobre algo.
-El hada me engañó, -decía - yo creía que mi hijo sería el más listo de todos los príncipes, puesto que yo deseé que triunfara en todo cuanto quisiera emprender. Fue a consultar al hada al respecto, y ésta le dijo: -Señora, deberías haber deseado para tu hijo buena voluntad en lugar de talento; sólo quiere ser malvado y, como ves, lo consigue.
Las cosas que nos parecen desgracias son con frecuencia el origen de nuestra felicidad.
Bella -le dijo esta dama, que era un hada poderosa-, ven a recibir el premio de tu buena elección: has preferido la virtud a la belleza y a la inteligencia, y por tanto mereces hallar todas estas cualidades reunidas en una sola persona.
Uno puede recobrarse del orgullo, la cólera, la gula y la pereza; pero es una especie de milagro que se corrija un corazón maligno y envidioso.
El hada un golpe en el suelo con una varita y transportó a cuantos estaban en la sala al reino del príncipe. Sus súbditos lo recibieron con júbilo, y a poco se celebraron sus bodas con la Bella, quien vivió junto a él muy largos años en una felicidad perfecta, pues estaba fundada en la virtud.
Hay muchos hombres más bestiales que tú -dijo la Bella-, y mejor te quiero con tu figura, que a otros que tienen figura de hombre y un corazón corrupto, ingrato, burlón y falso.
Ni la belleza ni la inteligencia hacen que una mujer viva contenta con su esposo, sino la bondad de carácter, la virtud y el deseo de agradar.
La pobre Bella no dejaba de afligirse por la pérdida de su fortuna, pero se decía a sí misma: -Nada obtendré por mucho que llore. Es preciso tratar de ser feliz en la pobreza.