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Le he amado demasiado para no odiarle.
Jean Racine
No he merecido un honor tan grande, ni tanta injuria.
¿Prohíbe Dios el cuidado y la previsión? Por el contrario, ¿no se le ofende con una confianza extremada?.
Una sola palabra traiciona a menudo un gran diseño.
Ahora mi inocencia comienza a pesar en mí.
El dolor silencioso es el más funesto.
La principal regla es gustar y emocionar. Todas las demás se han creado sólo para conseguir la primera.
En la tragedia sólo conmueve lo verosímil.
No hay secreto que el tiempo no revele.
Sin dinero, el honor no es más que una enfermedad.
Dueño del Universo, yo regulo su fortuna. Puedo nombrar reyes, puedo deponerlos, pero de mi corazón yo no puedo responder.
Los más desgraciados son los que lloran menos.
¿Es una fe sincera la fe que no actúa?
La fe que no actúa, ¿puede llamarse sincera?.
La felicidad de los malvados como un torrente pasa.
Yo temo a Dios, querido Abner, y no tengo otro temor alguno.
La fe que no se pone en acción, ¿es, por ventura, fe sincera?
A menudo es fatal vivir demasiado tiempo.
Mi boca es siempre intérprete de mi corazón.
¡Cómo nos asimos a la vida, cuando el amor nos prende con fuerza!
Para creerse infiel es preciso creerse amado.
Los más desgraciados no osan llorar tanto como los demás.
Ya no es un calor oculto en mis venas: es Venus y todo el conjunto de fijación sobre su presa.
El dolor que se calla es más doloroso.
La inocencia no tiene nada que temer.
Señor, el amor jamás espera a la razón.
Hay que creerse amado para creerse infiel.
Mi única esperanza radica en mi desesperación.
¡Insensato quien fía al porvenir!
Si vos habláis siempre, yo tengo que callarme.