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El esclavo no tiene más que un dueño; el ambicioso tiene tantos cuantas son las personas que pueden ser útiles a su fortuna.
Jean de la Bruyere
Con la perfidia de las mujeres se consigue curar los celos.
Confiamos el secretó en el seno de la amistad, pero en el seno del amor escapa de su cárcel.
El placer mas delicioso consiste en procurárselo a otros.
La liberalidad no consiste tanto en dar mucho como en dar oportunamente.
La burla significa en muchos casos falta de ingenio.
Una de las señales de ingeniomediocre es estar siempre contando cosas.
No hay vicio que no tenga cierto falso parecido con alguna virtud, y de la cual no saque partido.
Hay personas a quienes la suerte les llega como por accidente, y son ellos los primeros sorprendidos y consternados. Luego, empero, vuelven hacia sí sus ojos y se reconocen dignos de su buena estrella.
Llegamos demasiado tarde para decir cualquier cosa que no haya sido dicho ya.
Hacer las cosas como todos es una máxima sospechosa, que casi siempre significa: hacer las cosas mal.
Necio es aquel que ni siquiera tiene el ingenio preciso para ser fatuo.
No hay nada que los hombres más deseen conservar y menos cuiden que su propia vida.
Acontece algunas veces que una mujer oculta a un hombre toda la pasión que por él siente, mientras que él finge por ella una pasión que está lejos de sentir.
No admitir corrección ni consejo sobre la propia obra es pedantería.
El amor y la amistad se excluyen mutuamente.
Uno trata de hacer que el ser querido enteramente feliz, o, si eso no puede ser, totalmente miserable.
Apenas hay un hombre tan perfecto y necesario a los suyos, que no tenga algo por lo cual se haga sentir menos su falta.
El amor nace súbitamente, sin más pensar, por temperamento o por debilidad, un rasgo de belleza nos detiene y nos decide. La amistad, por el contrario, se forma poco a poco, con el tiempo, por la práctica, por un largo trato.
Es una desgracia cuando nos faltan, el ingenio para hablar y el tacto para callar.
Usted puede conducir un perro sin sillón del rey, y se subirá en el púlpito del predicador, él ve el mundo impasible, desembarazada, imperturbable.
Los modales corteses hacen que el hombre aparezca exteriormente tal como debería ser en su interior.
Un hombre discreto ni se deja dirigir ni pretende gobernar a los demás; sólo quiere que la razón impere exclusivamente y siempre.
Nadie engaña con buen fin: la bellaquería añade su malicia a la mentira.
Hay que reír sin aguardar a ser felices, no sea que muramos sin haber reído.
Los moribundos que hablan de su testamento pueden confiar en ser escuchados como si fueran oráculos.
El motivo es el que fija el mérito, de las acciones humanas, y el desinterés el que las lleva a la perfección.
La mayor felicidad de los pueblos dase cuando el príncipe admite a su confianza y escoge por ministros suyos a aquellos mismos que los súbditos le hubieran impuesto, si hubieran sido ellos los amos.
El hombre que dice que no ha nacido feliz podría, por lo menos, llegar a serlo por la felicidad de sus amigos o de cuantos le rodean. La envidia le impide este último recurso.
Los amores mueren de hastío, y el olvido los entierra.
La imposibilidad en que me encuentro de probar que Dios no existe, me prueba su existencia.
La mejor manera de hacer carrera es transmitir a los demás la impresión de que ayudarte sería para ellos de gran provecho.
Echar de menos a la persona amada, en su ausencia, es un bien comparado con la realidad de vivir con la persona amada.
Sólo un exceso es recomendable en el mundo: el exceso de gratitud.
Sólo hay dos maneras de conseguir en el mundo: por la propia industria, o por la estupidez de los demás.
Un hombre sabio se cura de la ambición por la ambición propia, y su objetivo es tan elevada que las riquezas, la oficina, la fortuna, y el favor de no satisfacerlo.
El amor empieza por amor; de la más estrecha amistad no se puede pasar sino a un amor muy débil.
La vida es corta y enojosa, transcurre deseando siempre.
No hay en el mundo más que dos maneras de prosperar: una, por la propia industria; otra; por la imbecilidad ajena.
El placer de criticar nos priva del de emocionarnos ante un hermoso espectáculo.