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Ignorar los males venideros, y olvidar los males pasados, es una misericordiosa disposición de la naturaleza, por la cual digerimos la mixtura de nuestros escasos y malvados días; y, al no recaer nuestros liberados sentidos en hirientes remembranzas, nuestras penas no se mantienen en carne viva por el filo de las repeticiones.
Javier Marías
Quien ha sido tu amigo durante muchos años habla con una autoridad que es venenosa si la emplea en tu contra.
Tal como estoy soy lo bastante feliz y lo bastante desdichado, y no deseo añadir nada a ningún plato de la balanza.
Una de las cosas que aprendí de él es la utilización del tiempo, descubrí que un minuto puede durar ochenta páginas.
Había desaparecido de la faz de mi tierra para siempre.
Cada uno tiene su propia vida, y es la única, nadie está dispuesto a no verla cumplida según su deseo.
Pon a una persona en la cotidianidad de alguien, haz que se sienta responsable y protector y que al otro se le haga imprescindible, y verás cómo terminan. Siempre que sean medianamente atractivos y no haya un abismo de edad entre ellos.
Era simplemente instalarse en el convencimiento o superstición de que no existe lo que no se dice. Y es verdad que sólo lo que no se dice ni expresa es lo que no traducimos nunca.
El respeto inhibe algunas conversaciones, que no se tienen nunca.
Hace ya más de un siglo que dejo de educarse a los niños para convertirse en adultos. Todo lo contrario, los adultos de nuestra época están educados -estamos educados- para seguir siendo niños.
El que es amado lo percibe siempre, si está en sus cabales y no lo ansía, porque el que lo ansía no distingue, e interpreta las señales equivocadamente.
El que aquí cuenta lo que vio y le ocurrió no es aquel que lo vio y al que le ocurrió.
¿Cómo va a tenerse derecho a lo que uno no ha construido ni se ha ganado?
Vamos aprendiendo que lo que nos pareció gravísimo llegará un día en que nos resulte neutro, sólo un hecho, sólo un dato.
No he sido nunca monárquico, ni lo seré, sin duda, pero considero que la imagen del Rey, o de este Rey, al menos, ha sido enormemente beneficiosa.
La verdad es una categoría que se suspende mientras se vive.
El cinismo es la expresión de la brutalidad en estado puro.
El enamoramiento es insignificante, su espera en cambio es sustancial.
Lo que me hace levantarme por las mañanas sigue siendo la espera de lo que está por llegar y no se anuncia, es la espera de lo inesperado, y no ceso de fantasear con lo que ha de venir.
La lisonja nos ablanda a todos y a menudo nos condena y nos pierde.
Nadie piensa nunca que nadie vaya a morir en el momento más inadecuado a pesar de que eso sucede todo el tiempo, y creemos que nadie que no esté previsto habrá de morir junto a nosotros.
Y si ya se estuvo en la nada, o en la no existencia, no es tan extraño ni grave regresar a ella.
Nadie acepta ya que las cosas pasan a veces sin que haya un culpable, o que existe la mala suerte, o que las personas se tuercen y se echan a perder y se buscan ellas solas la desdicha o la ruina.
La incondicionalidad nunca es muy larga si se tiñe de monotonía.
Lo malo de las desgracias muy grandes, de las que nos parten en dos y parece que no van a poder soportarse, es que quien las padece cree, o casi exige, que con ellas se acabe el mundo, y sin embargo el mundo no hace caso y prosigue, y además tira de quien padeció la desgracia.
Es la horrible fuerza del presente, que aplasta más el pasado cuanto más lo distancia, y además lo falsea sin que el pasado pueda abrir la boca, protestar ni contradecirlo ni refutarle nada.
Callar, callar, es la gran aspiración que nadie cumple ni aun después de muerto.
Nunca es comparable lo ajeno con lo que le sucede a uno. Aunque lo del otro sea desesperante, un tormento, y lo nuestro una pasajera minucia.
El problema de casi toda la gente, sus limitaciones, provienen de la falta de persistencia, de su pereza o fácil contentamiento, también de su miedo.
Le quedaban por conocer muchas noches en las que sucumbiría a mujeres que su avidez y el alcohol le harían juzgar deseables, para llevarse las manos a la cabeza al descubrir que se había metido en la cama con descomedidas parientes de Oliver Hardy o con casquivanas émulas de Bela Lugosi.
Lo más fácil del mundo es destruir y hacer daño, para ello no se precisan sagacidad ni agudeza ni menos aún inteligencia, un tonto siempre puede hacer trizas a un listo.
Al fin y al cabo no podemos sino ser superficiales para casi todo el mundo, un bosquejo, unos meros trazos desatentos.
La muerte del que nos hirió o mató en vida -expresión exagerada que ha acabado por ser común- no nos cura del todo ni nos faculta para olvidar.
La gente no aguanta un minuto de silencio, por eso hay música en todas partes. Es un bien preciado porque es una de las cosas que nos permite pensar.
La ausencia de entusiasmo es indisimulable y la percibe hasta el más optimista.
Tengo fama de muy serio, o incluso de arrogante o de altivo, y de todas estas cosas que estoy harto de oír. Creo sin embargo que en mis novelas hay mucho humor, pequeñas bromas y hay alguna escena que aspira a ser cómica o en todo caso es un poco disparatada. El humor es una de las pocas cosas que nos salva.
Basta con la facultad de la memoria para que alguien siga siendo el mismo en diferentes tiempos y en diferentes espacios.
Cuando pasa el tiempo todo lo real adopta un aspecto de ficción.
La gente acaba por dejar marchar a los muertos, por mucho apego que les tenga, cuando nota que su propia supervivencia está en juego y que son un gran lastre.
Error de creer que el presente es para siempre, que lo que hay a cada instante es definitivo, cuando todos deberíamos saber que nada lo es, mientras nos quede un poco de tiempo.