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Estoy metido en política otra vez. Sé que no sirvo para nada, pero me utilizan y me exhiben. Poeta, de la familia mariposa-circense, atravesado por un alfiler, vitrina 5.
Jaime Sabines
¿Han visto ustedes un gesto de ternura en el rostro de un loco dormido?
Te desnudas igual que si estuvieras sola y de pronto descubres que estás conmigo. ¡Cómo te quiero entonces entre las sábanas y el frío!
Hoja que apenas se mueve ya se siente desprendida: voy a seguirte queriendo todo el día.
Si tienes una propensión mística, por qué no escribirla; si vives solo y atormentado en la soledad, ¿por qué no hablar de lo tuyo?
Alguien me habló todos los días de mi vida al oído, despacio, lentamente. Me dijo: ¡vive, vive, vive! Era la muerte.
Viejo sabio o niño explorador, cuando deja de jugar con sus soldaditos de plomo y de carne y hueso, hace campos de flores o pinta el cielo de manera increíble.
No me digan ustedes en dónde están mis ojos, pregunten hacia dónde va mi corazón.
Cantar es derramarse en gotas de aire, en hilos de aire, temblar.
Me tienes en tus manos y me lees lo mismo que un libro. Sabes lo que yo ignoro y me dices las cosas que no me digo.
En mis labios te sé, te reconozco, y giras y eres y miras incansable y toda tú me suenas dentro del corazón como mi sangre.
No hay más. Sólo mujer para alegrarnos, sólo ojos de mujer para reconfortarnos, sólo cuerpos desnudos, territorios en que no se cansa el hombre.
Cuando tengas ganas de morirte no alborotes tanto: muérete y ya.
No hay que llorar la muerte, es mejor celebrar la vida.
Mi corazón emprende de mi cuerpo a tu cuerpo último viaje.
¿Qué puedo hacer si puedo hacerlo todo y no tengo ganas sino de mirar y mirar?
Quiero comer contigo, estar, amar contigo, quiero tocarte, verte.
Espero curarme de ti en unos días. Debo dejar de fumarte, de beberte, de pensarte.
No es que muera de amor, muero de ti. Muero de ti, amor, de amor de ti, de urgencia mía de mi piel de ti, de mi alma, de ti y de mi boca y del insoportable que yo soy sin ti.
Te dicen descuidado por que están acostumbrados a los jardines, no a la selva.
Me di cuenta de que tenía que revolucionar; aprender cosas nuevas para no quedarme atrás. Me di cuenta y me rebelé.
Si no se escribe de la vida, ¿de qué se puede escribir entonces? Hablar de las cosas que tocamos y que nos rodean. Yo, por eso, hablo de mi cuarto, de mi cama, de mis zapatos, de mi cigarro.
En silencio se van llenando el uno al otro. Cualquier día despiertan, sobre brazos; piensan entonces que lo saben todo. Se ven desnudos y lo saben todo.
Es buena como hipnótico y sedante y también alivia a los que se han intoxicado de filosofía.
Nos morimos, amor, muero en tu vientre que no muerdo ni beso, en tus muslos dulcísimos y vivos, en tu carne sin fin, muero de máscaras, de triángulos oscuros e incesantes.
Te quiero desde el poste de la esquina, desde la alfombra de ese cuarto a solas, en las sábanas tibias de tu cuerpo donde se duerme un agua de amapolas.
Mi padre era una persona de lo más común y corriente, pero con una gran sensibilidad. Él me infundió el gusto por la literatura. Podía llorar como un niño contando un cuento o también mostrar sus heridas de bala.
Alégrate. En esa profesión del deseo nadie como tú para simular inocencia y para hechizar con tus ojos inmensos.
En una semana se puede reunir todas las palabras de amor que se han pronunciado sobre la tierra y se les puede prender fuego.
Te recuerdo en mi boca y en mis manos. Con mi lengua y mis ojos y mis manos te sé, sabes a amor, a dulce amor, a carne, a siembra, a flor, hueles a amor, a ti, hueles a sal, sabes a sal, amor y a mí.
La única recomendación que considero seriamente es la de buscar mujer joven para la cama porque a estas alturas la juventud sólo puede llegarnos por contagio.
Los escritores no te dejan copiar su estilo, si acaso su libertad.
Amor, todos los días. Aquí a mi lado, junto a mí, haces falta.
Eso fue alguna vez porque recuerdo que fue cierto.
Me sentía humillado y ofendido por la vida. ¿Cómo era posible que estuviese en aquella actividad, la más antipoética del mundo? Después de dos o tres años comencé a ser más humilde, a decirme: que se vaya al carajo el poeta.
Y yo te quiero así: mía, pero tuya al mismo tiempo.
Estamos en el sexo, belleza pura, corazón solo y limpio.