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Es triste condición de la humanidad que más se unen los hombres para compartir los mismos odios que para compartir un mismo amor.
Jacinto Benavente
Una cosa es continuar la historia y otra repetirla.
Ante cualquier desdicha que nos aflige, siempre nos admiramos al sentir menos de lo que a nuestro parecer debiéramos haber sentido.
Si murmurar la verdad aún puede ser la justicia de los débiles, la calumnia no puede ser nunca más que la venganza de los cobardes.
Deseo paciencia a los impacientes por verme desaparecer. Ya falta menos que antes.
Si en vez de tantos como son a pretender hacer en un día la felicidad del país entero, cada uno tomara a su cargo la parte que le corresponde, otra cosa sería.
El dinero no puede hacer que seamos felices, pero es lo único que nos compensa de no serlo.
Sólo temo a mis enemigos cuando empiezan a tener razón.
Nunca, como al morir un ser amado, necesitamos creer que existe un cielo.
Los recuerdos tienen más poesía que las esperanzas, como las ruinas son mucho más poéticas que los planos de un edificio en proyecto.
Materializar lo espiritual, hasta hacerlo palpable, y espiritualizar lo material, hasta hacerlo visible.
Si la gente nos oyera los pensamientos, pocos escaparíamos de estar encerrados por locos.
En la vida, lo más triste, no es ser del todo desgraciado, es que nos falte muy poco para ser felices y no podamos conseguirlo.
Es tan fea la envidia que siempre anda por el mundo disfrazada, y nunca más odiosa que cuando pretende disfrazarse de justicia.
¡Qué agradable sería nuestra vida si nos la contaran como un cuento, si no hubiéramos de vivirla como una historia!.
Lo mejor es darle a los demás un papel agradable en la vida, para que lo representen bien.
Poco bueno habrá hecho en su vida el que no sepa de ingratitudes.
Dios castiga en los hijos las culpas de los padres, porque sabe que no hay mayor dolor para los padres que el dolor de los hijos.
Los artistas han convenido en que lo más pintoresco y característico de cada pueblo es la roña, sea material o espiritual.
Mejor que crear afectos es crear intereses.
El ajedrez, interesantísimo; es juego de dioses: ¡manejar a nuestro antojo un mundo en pequeño con todas sus figuras! Quién sabe si el mundo no será en resumidas cuentas más que eso, un gran tablero de ajedrez al que unos seres superiores juegan con nosotros como nosotros jugamos con las figuras del ajedrez.
La vida nos dice en sus lecciones que, alguna vez, para ser buenos, hay que dejar de ser honrado.
En la pelea, se conoce al soldado; sólo en la victoria, se conoce al caballero.
Si los hombres hubiesen triunfado del dolor y de la muerte, quizá ya no hubiesen deseado nada, y sin desear algo, ¿vale la pena vivir?
La vanidad hace siempre traición a nuestra prudencia y aún a nuestro interés.
El dinero pasa al correr por muchos lodazales.
La noche ha prendido sus claros diamantes en el terciopelo de un cielo estival.
Las mujeres perdonan alguna vez al que las ha engañado, pero nunca al que no han podido engañar.
Es la vida la losa de los sueños.
Es tan necia presunción perdonar la vida a los hombres como el corazón a las mujeres.
El amor de los judíos a su pueblo sólo se traduce por odio a los demás pueblos de la tierra; odio disfrazado de amor a una idea, que es lo más abstracto que puede amarse y en nombre de la cual se predica la destrucción de todo lo existente, Humanidad inclusive. Donde veáis ruinas y estragos, podéis asegurar que por allí ha pasado el judío.
Tonterías son los disparates que no producen dinero.
La felicidad es mejor imaginarla que tenerla.
Con hambre sólo, pero sin ideal alguno, se hace motines, pero no revoluciones.
El artista que sólo pretende ser entendido por los inteligentes corre el peligro de no ser tan admirado por éstos como por los que quieren parecer inteligentes con admirarlas.
Ningún vanidoso siente celos.
Muchas veces para ser buenos tenemos que dejar de ser honrados.
La vida es como un viaje por mar: hay días de calma y días de borrasca. Lo importante es ser un buen capitán de nuestro barco.
Los naúfragos no eligen puerto.
Quizás a nadie atormentamos como a nuestra madre; quizá por ningún cariño sacrificamos menos: tan seguros estamos de poseerlo siempre, de que siempre perdona.