Imágenes
En la vida de las personas hay grandes misterios y el amor es uno de los más inaccesibles.
Iván Turguénev
Los niños desgraciados maduran antes que los niños felices.
¿Usted desea ser afortunado? Aprenda a sufrir entonces.
El tiempo vuela a veces como un pájaro, y a veces se arrastra como un caracol. Pero la mayor felicidad del hombre sobreviene cuando no se advierte si su paso es raudo o moroso.
¿Quieres vivir tranquilo? Pues trata a la gente, pero vive solo; no emprendas nada ni de nada te duelas. ¿Quieres vivir dichoso? Pues empieza por sufrir.
¡Lo que sentía era tan nuevo y tan dulce! Seguía sentado, mirando un poco hacia atrás, sin moverme, y sólo de vez en cuando me reía calladamente, recordando algo, o me estremecía al pensar que estaba enamorado, que lo que sentía era el amor.
La muerte es una vieja historia y, sin embargo, siempre resulta nueva para alguien.
¿De qué sirve el ingenio cuando no nos divierte? No hay nada más fatigoso que un ingenio triste.
El ajedrez es una necesidad tan imperiosa como la literatura.
No se enganchan a la misma lanza el caballo fogoso y la cierva temerosa.
Me levanté por la mañana con dolor de cabeza. Las emociones de la víspera estaban lejanas. En su lugar vino una perplejidad penosa y una tristeza que antes no había conocido. Era como si algo muriese en mí.
La mayoría de la gente no entiende cómo la otra parte se puede soplar la nariz de una manera distinta a la suya.
Me acuerdo de que entonces la imagen de una mujer, el fantasma de un amor, casi nunca aparecía de manera clara y nítida en mi mente, pero en todo lo que pensaba, en todo lo que sentía se escondía el presentimiento de algo nuevo, inimaginablemente dulce, femenino, algo de lo que sólo a medias era consciente, pero que hería mi pudor.
Fue una temporada extraña, llena de nerviosismo, un verdadero caos en el que sentimientos opuestos, pensamientos, sospechas, esperanzas, alegrías y sufrimientos se arremolinaban en un torbellino.
El viento tiritaba impaciente en los árboles oscuros, y en algún lugar de la lejanía, detrás del horizonte, murmuraba en voz baja, enfadado, el trueno.
La vida no se le aparecía como ese mar de olas tumultuosas que describen los poetas; se la representaba llana como un espejo, inmóvil, transparente hasta es sus oscuras profundidades.
Es dulce ser la única fuente, la causa tiránica e inapelable de las grandes dichas y de la desesperación más honda de otro ser.
Lo respetaba, pero no le hacía ninguna concesión y, algunas veces con un deleite especial y maligno, le hacía sentir que él también estaba en sus manos.