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Estamos creciendo en proporción directa a la cantidad de caos que podemos sostener y disipar.
Ilya Prigogine
Todo lo que vemos en la naturaleza es muy diferente a un robot; sigue el patrón evolutivo, es inestable, se transforma.
No creo que sea posible, ni deseable, reunir todas las posibilidades en un sólo y único modelo. En contrapartida pienso que es preciso saber superar las contradicciones para poder pasar de un modo de descripción a otro.
Vamos de un mundo de certidumbres a un mundo de probabilidades. Debemos encontrar la vía estrecha entre un determinismo alienante y un Universo que estaría regido por el azar y por lo tanto sería inaccesible para nuestra razón.
Mi búsqueda se orienta hacia el nuevo tipo de realidad que también pueda ser expresada en términos científicos. En otras palabras, soy realista para una nueva realidad.
El sorprendente éxito de la ciencia moderna llevó, por lo tanto, a una transformación irreversible de nuestra relación con la naturaleza. Reveló al hombre una naturaleza muerta y pasiva, una naturaleza que se comporta como un autómata, que una vez programada funciona eternamente siguiendo las reglas escritas en su programa.
El futuro es incierto... pero esta incertidumbre está en el corazón mismo de la creatividad humana.
En un mundo donde ya no impera la certidumbre, restablecemos también la noción de valor. Sin duda en el siglo XXI veremos el desarrollo de una nueva noción de racionalidad donde razón no estará asociada a certidumbre y probabilidad a ignorancia. En este marco, la creatividad de la naturaleza y sobre todo, la del hombre, encuentran el lugar que les corresponde.
Estamos redescubriendo el tiempo, pero es un tiempo que, en lugar de enfrentar al hombre con la naturaleza, puede explicar el lugar que el hombre ocupa en un universo inventivo y creativo.
Las estructuras disipativas son islas de orden en un océano de desorden.
En todos los niveles de la naturaleza, desde la biología hasta la cosmología, la irreversibilidad produce tanto orden como desorden. Nuestra propia vida es posible en tanto generamos desorden al destruir moléculas espontáneamente; pero ese proceso es lo que nos permite crear otras nuevas.
La característica principal de cualquier sistema vivo es la apertura.
La irreversibilidad del tiempo es el mecanismo que pone orden en el caos.
El crecimiento de entropía muestra una evolución espontánea del sistema. La entropía llega a ser así un indicador de evolución, y traduce la existencia en física de una flecha del tiempo: para todo sistema aislado el futuro está en la dirección en la cual la entropía aumenta.
La obsesión por el agotamiento de las reservas y por la detención de los motores, la idea de una decadencia no reversible, traduce ciertamente esta angustia propia del hombre moderno.
En nuestro tiempo, nos hallamos muy lejos de la visión monolítica de la física clásica. Ante nosotros se abre un universo del que apenas comenzamos a entrever las estructuras. Descubrimos un mundo fascinante, tan sorprendente y nuevo como el de la exploración de la infancia.
La construcción de una coherencia entre lo que vivimos y lo que somos capaces de pensar es una tarea abierta, indefinida, que constituye el lugar común en el que nuestros saberes y nuestras experiencias pueden entrar en relaciones que no los oponen en sus certezas antagónicas sino que los abren a lo que les desborda.
Estamos avanzando hacia nuevas síntesis, hacia un nuevo naturalismo, que combina la tradición occidental, con su énfasis en las formulaciones experimental y cuantitativa, con la tradición china dirigida hacia una imagen de mundo auto organizándose espontáneamente.
El universo del no-equilibrio es un universo coherente.
La entropía contiene siempre dos elementos dialécticos: un elemento creador de desorden, pero también un elemento creador de orden. Vemos, pues, que la inestabilidad, las fluctuaciones y la irreversibilidad desempeñan un papel en todos los niveles de la naturaleza: químico, ecológico, climatológico, biológico -con la formación de biomoléculas-, y finalmente cosmológico.
En la actualidad, a finales del siglo XX, nada parece que pueda ya escapar en el futuro a este modo de inteligibilidad, ni la materia ni siquiera el espacio-tiempo. No solamente las estrellas, nacen, viven y mueren sino que el propio Universo tiene una historia a la que remiten las partículas elementales que no dejan de crearse, desaparecer y transformarse.
La verdad es ajena al tiempo del devenir. Para llegar a contemplarla, el alma, prisionera del cuerpo, de los sentidos, de las apariencias, debe liberarse de las ataduras que la traban.
La ciencia es un elemento de la cultura. Veo mi trabajo como una reconciliación, porque demuestra que el problema del tiempo puede ser abordado por la ciencia y desemboca en la filosofía.
Siempre estamos eligiendo; esa es la razón por la que es tan importante enriquecer la gama de posibilidades y desarrollar nuevas utopías al final de este siglo, que hagan posibles nuevas elecciones.
La probabilidad estadística de que las estructuras orgánicas y las reacciones tan precisamente armonizadas que caracterizan a los organismos vivos se generen por accidente, es cero. Así es, cero.
La entropía es el precio de la estructura.
Existen diferentes vías de interrogar al Universo en que vivimos, y la música es también una de ellas. Nuestro entorno no es sólo color, sino también sonido y muchas otras cosas.
El caos posibilita la vida y la inteligencia.
Aristóteles ha realizado un análisis del tiempo muy meticuloso, pero ha dejado sin responder la pregunta fundamental. En su Física sostiene que el tiempo se mide por el movimiento desde una perspectiva de un antes y un después. Pero lo que dejó sin responder es cuáles esa perspectiva, ¿La del alma humana o la de la naturaleza misma?