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Sólo el amor criminal es más fuerte que el amor maternal, puesto que la adúltera abandona a sus hijos.
Ignacio Manuel Altamirano
Para profesar odio a una persona, es preciso, como para amarla, tenerle estimación. A los que no se estima se les desprecia simplemente.
La envidia es proteiforme. Sus manifestaciones más comunes son la crítica amarga, la sátira, la diatriba, la injuria, la calumnia, la insinuación pérfida, la compasión fingida, pero su forma más peligrosa es la adulación servil.
Si veis a un hombre que se enfurece contra todo el mundo, abordadle sin cuidado, es un ser inofensivo.
El envidioso, a los hombres irritables causa cólera; a los reflexivos tan sólo inspira lástima.
El celo se espanta con poco y se tranquiliza con menos.
La religión es el hada buena de la infancia, ese crepúsculo matinal de la vida. Ella encanta el cerebro y el corazón de los niños y puebla de dulces y tiernos recuerdos el espacio azul de los primeros días.
Para echar abajo a un león basta herirlo con una bala o con un dardo; pero una vez que un reptil se ha enredado a la punta de una roca o al tronco de un árbol, hay que arrancarlo a pedazos. En la política es lo mismo; los ministros orgullosos caen al primer tiro; culebras se pegan mucho.
Si la culebra pudiese hablar, sería el mayor calumniador del león. Los hombres reptiles por eso persiguen con su lengua a las almas superiores.
Para trepar sobre una roca, el reptil se arrastra; el león da un salto. Para llegar al poder, el hombre reptil comienza por humillarse; el hombre león comienza por ser altivo.
El que comete un exceso, ebrio de vino, tiene el recurso de disculparse con el vino; pero quien lo comete ebrio de cólera, no tiene más recurso que la humillación.
Nada hay tan vacío como un cerebro lleno de sí mismo.
El placer es débil cuando no se forja en la fragua del deseo.
La franqueza áspera produce las más de las veces odio; pero la lisonja produce desprecio siempre.
Así como la tierna corteza de un árbol sumergida por mucho tiempo en las aguas de cientos de ríos, se petrifica, el corazón humano sumergido en el pesar, al fin se vuelve empedernido.
El pueblo de México, cansado ya de los abusos del clero y de las traiciones de los conservadores, se reunió en una gran multitud frente al palacio nacional, y por aclamación multitudinaria y por orden del gobierno de la república designo a Ignacio Ramírez para ejecutar y aplicar las leyes de reforma.
En las guerras de Independencia, la fe es lo primero, pero la acción es lo que hace útil la fe. Sin ella, esta virtud no vale nada.
La voz de la envidia es el pregón de la inferioridad del envidioso.
Nada hay tan lúgubre como la sonrisa de un viejo verde.
Hay partidarios que harían gustosos lo mismo que combaten.