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Hay quien dice que las cosas y los lugares tienen alma, y hay quien dice que no; por mi parte, no me atrevo a pronunciarme, pero quiero hablar de la Calle.
Howard Phillips Lovecraft
¿Acaso el destino preservaba mi razón sólo para arrastrarme irresistiblemente a un final más horrible e impensable de lo que haya podido soñar nadie?
En una losa, en el interior de un nicho, descubrió un ataúd viejo, pero vacío, en cuya deslustrada placa reza esta simple palabra: Jervas. En ese ataúd y en esa cripta me ha prometido que seré sepultado.
Ni la muerte, ni la fatalidad, ni la ansiedad, pueden producir la insoportable desesperación que resulta de perder la propia identidad.
Entre las angustias de los días que siguieron está el mayor de los suplicios: la inefabilidad. Jamás podré explicar lo que vi y conocí durante esas horas de impía exploración, por falta de símbolos y capacidad de sugerencia de los idiomas.
La emoción más antigua y más intensa de la humanidad es el miedo, y el más antiguo y más intenso de los miedos es el miedo a lo desconocido.
Algo terrible llegó a las colinas y valles con aquel meteoro, y algo terrible -aunque ignoro en qué medida- sigue estando allí.
El periodismo es un oficio fácil. Cuestión de escribir lo que dicen los demás.
Ninguna escuela de arte conocida había alentado la creación de este terrible objeto, pero cientos e incluso miles de años parecían estar marcados sobre su oscura y verdosa superficie de piedra cuya identificación resultaba imposible.
Esas gentes son tan silenciosas y hurañas que uno tiene la impresión de verse frente a un recóndito enigma del que más vale no intentar averiguar nada. Y ese sentimiento de extraño desasosiego se recrudece cuando, desde un alto del camino, se divisan las montañas que se alzan por encima de los tupidos bosques que cubren la comarca.
Es una lástima que la mayor parte de la humanidad tenga una visión mental tan limitada a la hora de sopesar con calma y con inteligencia aquellos fenómenos aislados, vistos y sentidos sólo por unas pocas personas psíquicamente sensibles, que acontecen más allá de la experiencia común.
Un extraño impulso me llevó a encaramarme a la amplia losa, apagar la vela y yacer dentro de la caja desocupada.
Rechazo seguir las convenciones mecánicas de la literatura popular o llenar mis cuentos con personajes y situaciones comunes, pero insisto en la reproducción de impresiones y sentimientos verdaderos de la mejor manera que pueda lograrlo. El resultado puede ser pobre, pero prefiero seguir aspirando a una expresión literaria seria antes que aceptar los estándares artificiales del romance barato.
El lugar lógico para encontrar una voz de otros tiempos es un cementerio de otros tiempos.
Nuestra capacidad para evitar un sueño prolongado era sorprendente, ya que rara vez sucumbíamos más de una hora o dos a esa oscuridad que ahora se había convertido en espantosa amenaza.
¡Ojalá los dioses misericordiosos, si existen efectivamente, protejan esas horas en que ningún poder de la voluntad, ni las drogas inventadas por el ingenio del hombre, pueden mantenerme alejado del abismo del sueño!
Los hombres de ciencia sospechan algo sobre ese mundo, pero lo ignoran casi todo. Los sabios interpretan los sueños, y los dioses se ríen.
No está muerto lo que puede yacer eternamente; y con el paso de los extraños eones, incluso la Muerte puede morir.
Eran sensaciones; pero dentro de ellas había elementos increíbles de tiempo y de espacio... Cosas que en el fondo poseen una existencia clara y definida.
No teníamos constancia del paso del tiempo, porque el tiempo se había convertido para nosotros en una mera ilusión.
Pero más maravilloso que la sabiduría de los ancianos y que la sabiduría de los libros es la sabiduría secreta del océano.
No cabía duda de que las descripciones de sueños y los recortes recopilados por el profesor venían a corroborar los hechos, pero la racionalidad de mi mente y la extravagancia de todo este tema me llevaron a adoptar lo que a mi juicio eran las conclusiones más sensatas.
A mi parecer, no hay nada más misericordioso en el mundo que la incapacidad del cerebro humano de correlacionar todos sus contenidos. Vivimos en una plácida isla de ignorancia en medio de mares negros e infinitos, pero no fue concebido que debiéramos llegar muy lejos.
Lo que siguió entonces fue una exhaustiva comparación de detalles y un momento de pavoroso silencio cuando el detective y el científico llegaron a la conclusión de la práctica identidad de la frase común a aquellos dos rituales diabólicos pertenecientes a mundos tan diferentes y distantes entre sí.
La muerte es misericordiosa, ya que de ella no hay retorno; pero para aquel que regresa de las cámaras más profundas de la noche, extraviado y consciente, no vuelve a haber paz.
Ante ese faro han desfilado por espacio de un siglo los majestuosos barcos de los siete mares. En tiempos de mi abuelo eran multitud; en los de mi padre no tanto, y ahora son tan pocos que a veces me siento extrañamente sólo, como si yo fuese el último hombre sobre nuestro planeta.
¿Quién conoce el fin? Lo que ha emergido puede hundirse y lo que se ha hundido puede emerger. Lo satánico aguarda soñando en el fondo del mar, y sobre las ondulantes ciudades humanadas navega el apocalipsis.
La satisfacción de un momento es la ruina del siguiente.
Sus voces hacen tremolar el viento y sus conciencias trepidar la tierra. Doblegan bosques enteros y aplastan ciudades, pero jamás bosque o ciudad alguna ha visto la mano destructora.
El océano es más antiguo que las montañas y está cargado con los recuerdos y los sueños del tiempo.
Debía tratarse de una enfermedad natural... Aunque resultaba imposible conjeturar qué clase de enfermedad producía aquellos terribles resultados.
Siempre que las estrellas estuvieran en posición, podían saltar de un mundo a otro a través de los cielos; mas cuando las estrellas no eran propicias, Ellos no podían vivir. Pero aunque no pudieran vivir, tampoco morirían realmente.
El hombre que conoce la verdad está más allá del bien y del mal. El hombre que conoce la verdad ha comprendido que la ilusión es la realidad única y que la sustancia es la gran impostora.