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No hay dolor que el sueño no pueda vencer.
Honoré de Balzac
La ley de la necesidad hace elocuente.
El matrimonio une de por vida a dos personas que no se conocen.
Todas las tonterías estereotipadas para uso de los enamorados, que las usan sin variar en cada caso, parecen siempre encantadoras a las mujeres, y solamente leídas con frialdad pueden parecer pobres de ingenio. El gesto, el acento, la mirada de un joven les dan valores incalculables.
Querer nos abrasa y poder nos destruye; pero saber constituye a nuestro débil organismo en un perpetuo estado de calma.
Un buen marido nunca es el primero en dormirse por la noche ni el último en despertarse por la mañana.
El matrimonio debe combatir sin tregua un monstruo que todo lo devora: la costumbre.
No escuchar al que nos habla, no sólo es falta de cortesía, sino también de menosprecio. Atiende siempre al que te hable; en el trato social nada hay tan productivo como la limosna de la atención.
Un hombre nulo es algo horrible. Pero hay otra cosa peor: un hombre anulado.
La pasión constituye todo lo humano. Sin ella, la religión, la historia, la novela, el arte serían inútiles.
Las mujeres abandonadas son las que simplemente aman; las conservadoras son las que saben amar.
Ceder a un vicio cuesta más que mantener una familia.
Un viajero no ve nada a fondo: su mirada resbala sobre los objetos sin penetrarlos.
A ninguna mujer le gusta escuchar el elogio de otra mujer; en tales casos se reservan su opinión con el fin de agriar un poco la alabanza.
La mujer es para su marido tal como éste la ha hecho.
La elegancia no consiste tanto en el traje como en el modo de llevarlo.
Ningún hombre debe casarse hasta haber estudiado anatomía y haber hecho la disección por lo menos de una mujer.
El bruto se cubre, el rico se adorna, el fatuo se disfraza, el elegante se viste.
Hay una locura, hija de la desesperación, a la que todo debe excusarse.
Puede uno amar sin ser feliz; puede uno ser feliz sin amar; pero amar y ser feliz es algo prodigioso.
Cuando un marido y una mujer se comprenden, sólo el diablo sabe quién comprende a quién.
Jamás en la vida encontraréis ternura mejor, más profunda, más desinteresada ni verdadera que la de vuestra madre.
La gloria: doce mil pesetas de artículos periodísticos y mil duros de comidas.
Una mujer virtuosa tiene en el corazón una fibra de menos o una de más que las otras mujeres: o es estúpida o es sublime.
La gente termina siempre por condenar a los que acusa.
La avaricia empieza donde termina la pobreza.
La igualdad tal vez sea un derecho, pero no hay poder humano que alcance jamás a convertirla en hecho.
El odio, como el amor, se alimenta de las cosas más pequeñas, todo le vale.
La policía y los jesuitas tienen la virtud de no abandonar jamás ni a sus enemigos ni a sus amigos.
Entre los tontos el vacío se parece a la profundidad. Para el que es vulgar, la profundidad es incomprensible. De ahí viene quizá la admiración del pueblo por todo aquello que no comprende.
El pudor es una virtud relativa, según se tengan veinte, treinta o cuarenta y cinco años.
El primer impulso es la voz de la naturaleza, el segundo, la voz de la sociedad.
La verdadera madre nunca está libre.
La resignación es un suicidio cotidiano.
¿Es que se acaba de amar alguna vez? Hay gente que ha muerto ya y que yo siento que amán aun.
El descortés es como un leproso del mundo distinguido.
El socialismo, que presume de juventud, es un viejo parricida. Él es quien ha matado siempre a su madre, la República, y a la Libertad, su hermana.
Lo mejor de la vida son las ilusiones de la vida.
Las mujeres tienen de común con los ángeles esta cualidad: los seres que sufren son patrimonio suyo.
El glotón es el sujeto menos estimable de la gastronomía, porque ignora su principio elemental: ¡El arte sublime de masticar!