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Nada más santo en esta vida nuestra que la primera revelación del amor, el palpitar primero de sus alas de seda.
Henry Wadsworth Longfellow
¡Oh, cuán esplendoroso se presenta el mundo ante quien, con ferviente corazón, va hacia delante, bajo un cielo brillante y glorioso, y contempla la obra bien acabada y los días bien empleados!
La mayoría de la gente tendría éxito en las pequeñas cosas si no estuviera tan preocupada por grandes ambiciones.
El arte es duradero, y el tiempo veloz.
Lo que el escritor pide al lector no es tanto su beneplácito como su atención.
Ninguna acción, buena o mala, termina nunca, sino que deja en algún lugar su impronta escrita como una bendición o como un maleficio por unos dedos ultra terrenos.
Diez yuntas de bueyes no atraen tanto como el pelo de una mujer.
Lo mejor de los grandes poetas de todos los países, no consiste en lo nacional que haya en ellos, sino en lo universal.
Manos de espíritus invisibles tocan las cuerdas de ese misterioso instrumento que es el alma, y hacen sonar el preludio de nuestro destino.
Lancé una flecha al aire, cayó a la tierra, pero no sé dónde.
En este mundo un hombre debe ser o yunque o martillo.
La clave del éxito depende sólo de lo que podamos hacer de la mejor manera posible.
La perseverancia es un gran elemento del éxito, si tocas el tiempo suficiente con la fuerza necesaria la puerta, estarás seguro de despertar a alguien.
Hay tres silencios: un silencio de la palabra, otro del deseo y otro del pensamiento.
A veces podemos aprender más de los errores de un hombre que de sus virtudes.
La música es el lenguaje universal de la humanidad, la poesía, su pasatiempo y deleite.
¡Ah! Nunca es demasiado tarde, sólo hasta que cansado, el corazón deje de palpitar.
El ocaso de una gran esperanza es como el ocaso del sol: con ella se extingue el esplendor de nuestra vida.
No hay nada en este mundo tan dulce como el amor, y el amor al lado de la cosa más dulce es el odio.
¡Ah, construir, construir! Ésta es la más noble de todas las artes.
Mucha gente triunfaría en menudas cosas si no estuvieran perturbados con grandes ambiciones.
Los libros son sepulcros del pensamiento.
Todo llega para el que sabe esperar.
Al traductor, como al testigo llamado a juicio, deberá obligársele a extender la mano y jurar: decir la verdad y nada más que la verdad.
Una conversación con un hombre inteligente es más provechosa que el estudio de muchos libros.
El hoy y el ayer son las piedras con que construimos.