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Si me hubiese quedado tranquilo en mi casa en vez de irme a sufrir por el mundo, ¡no me habría ahorrado pocas penas y pocos zapatos!
Henrik Ibsen
No hay cuesta, por pedregosa que sea, que no puedan subirla dos juntos.
¡Qué coraje hace falta en determinados momentos para elegir la vida!
El pueblo no necesita ideas nuevas. El pueblo está mejor servido con las ideas viejas y buenas que le son familiares ya.
Fingid que ignoráis la existencia de vuestros enemigos; no incurráis en la vulgaridad de defenderos de ellos.
La mejor venganza es el desdén.
Los campeones de las finanzas son como las perlas de un collar: cuando una de ellas cae, las otras le siguen.
Las verdaderas columnas de la sociedad son la verdad y la libertad.
Señora Stockmann: ¿Y de que te sirve la razón si no tienes poder?
Nunca debe usted usar sus mejores pantalones cuando vaya a luchar por la libertad y la verdad.
Traficamos con inmundicias y podredumbre. ¡Nuestra entera vida social, tan floreciente, se funda en una mentira!
En aquel momento me pareció que había vivido ocho años en esta casa con un extraño, y que había tenido tres hijos con él...
Si dudas de ti mismo, estás vencido de antemano.
Hay un gran sombrero... ¿Has oído tú hablar de un sombrero que hace invisible a la persona? Se lo pone uno en la cabeza, y nadie lo ve.
Cuando no se puede ser lo que se debe, se es lo que se puede.
La lucha por la libertad es la esencia de la misma libertad.
Tengo otros deberes que no son menos sagrados... Mis deberes para conmigo misma.
Si no puedes ser lo que eres, sé con sinceridad lo que puedas.
¡Qué porvenir! ¡Qué nueva perspectiva! Tengo por quien trabajar, tengo por quien vivir, tengo un hogar que cuidar. ¡Ah! Voy a empezar una nueva vida.
Ni aunque se hundiera el mundo, doblarán mi cabeza bajo el yugo.
El pecado que no tiene perdón es el que mata la vida del amor en el ser.
Si lo dieses todo, menos la vida, has de saber que no has dado nada.
Socave la idea del estado, ponga en su lugar la acción espontánea y la idea de que el parentesco espiritual es la única condición para la unidad y lanzará usted los elementos de una libertad que merece ser poseída.
¡Hombre! Entender, entender... ¿A qué llama usted entender? Oiga: la sociedad es como un navío, y cada cual tiene que participar en la dirección del timón, según sus fuerzas.
Tenemos que aprender a nuestra propia costa, para poder aprovecharnos del pasado.
Nada de deudas; nada de préstamos. En la casa que depende de deudas y préstamos se introduce una especie de esclavitud, cierta cosa de mal cariz que previene.
Perderlo todo es ganarlo todo, porque no se posee eternamente más que lo que se ha perdido.
Pero he visto innumerables matrimonios del género opuesto. Y he tenido ocasión de comprobar de cerca el daño que esa clase de uniones puede causar a una pareja de seres humanos.
¿Quizá no es obligación de todo ciudadano dar a conocer al pueblo las nuevas ideas?
La sociedad viene a ser como un navío y todo el mundo debe contribuír a la buena dirección de su timón.
Tengo otro deber igualmente sagrado (que la responsabilidad): mi deber conmigo mismo.
En realidad no sé con certeza que es la religión.
Como has cometido la imprudencia de confiar a personas ajenas este asunto, que era un secreto exclusivo de la dirección, ya no es posible ocultarlo. Circularán toda clase de rumores que las malas lenguas de la población se encargarán de alimentar y abultar. Es indispensable que lo desmientas públicamente.
La vida podría ser bastante agradable si no llamasen a la puerta esos acreedores reclamando el cumplimiento de los ideales a pobres hombres como nosotros.
Es imperdonable que los científicos torturen animales; que hagan sus experimentos con periodistas y políticos.
Las verdades tan antiguas son prácticamente seniles. Y cuando una verdad es así de vieja, difícilmente puede diferenciarse de una mentira.
El hombre más fuerte del mundo es el que está más solo.
La verdad es, ve usted, que el hombre más poderoso del mundo es el hombre que permanece más solitario.
Nunca me has amado. Sólo has pensado que es agradable estar enamorado de mí.
No se sirva pues de ese elevado término de ideal cuando tenemos para eso, en el lenguaje habitual, la excelente expresión de mentira.