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Una religión sin misticismo es como una rosa sin perfume.
Henri-Frédéric Amiel
El sitio donde más florece el optimismo es el manicomio.
El niño ve lo que somos a través de los que queremos ser; de ahí viene su reputación de fisonomistas.
El alma femenina tiene algo de oscuro, de misterioso, que se presta a toda clase de supersticiones y que enerva las energías viriles.
Toda acción es una prenda dada en rehenes al destino vengador: he aquí la instructiva creencia que nos aterra. Toda acción es una prenda confiada a la Providencia de un Padre: he ahí Ia creencia aquietadora.
Es peligroso dejarse llevar del placer de las lágrimas; por él se pierde el ánimo y aun la voluntad del remedio.
Si existe algún conflicto entre el mundo natural y el moral, entre la realidad y la conciencia, la conciencia es la que debe llevar la razón.
El hombre normal no duda ante nada y no sospecha nada.
Los hombres grandes son los verdaderos hombres, los hombres en los cuales la naturaleza ha llegado a su pleno logro.
El que desprecia demasiado, se hace digno de su propio desprecio.
Antes de dar un consejo es preciso procurar que se lo acepte, o, más bien, que se lo desee.
La vida es un aprendizaje de renunciamiento progresivo, de continua limitación de nuestras pretensiones, de nuestras esperanzas, de nuestra fuerza, de nuestra libertad.
El amor es el olvido del yo.
Hay una moral femenina y una moral masculina como capítulos preparatorios de una moral humana.
Hacer con facilidad lo que es difícil a los demás; esto es el ingenio; hacer lo que es imposible a las personas de ingenio; esto es el genio.
El orden es poder.
No desprecies tu situación; ahí es donde debes emplearte, sufrir y vencer.
El liberalismo se alimenta de abstracciones, puesto que cree posible la libertad sin individuos libres.
El misterio nos asedia, y justamente lo que vemos y hacemos todos los días es lo que oculta la mayor suma de misterios.
La era igualitaria es el triunfo de la mediocridad. Es desagradable, pero inevitable, y constituye una venganza del pasado. La humanidad, después de haberse constituido sobre la base de las diferencias individuales, se organiza ahora sobre la de sus semejanzas...
El deber es la necesidad voluntaria, la carta de nobleza del hombre.
El criticismo convertido en hábito, tic y sistema es la abolición de la energíamoral, de la fe y de toda clase de fuerza.
El ideal es un anticipo del orden por el espíritu... la esperanza indestructible de lo mejor, una protesta involuntaria contra lo presente, el fermento de lo porvenir, Es lo sobrenatural dentro de nosotros mismos o, mejor, lo ultraanimal, la razón y la perfectibilidad humana.
La indiferencia ante los problemas morales es la enfermedad de las clases ilustradas.
Un error es tanto más peligroso cuanto mayor sea la verdad que contenga.
Lo bello es superior a lo sublime, porque es permanente y no sacia, mientras que lo sublime es relativo, pasajero y violento.
Toda necesidad se calma y todo vicio crece con la satisfacción.
Nada se parece tanto al orgullo como el desánimo.
Vivimos mientras nos renovamos.
La paz de hecho no es la paz de principio.
¿Qué es un espíritu cultivado? Es el que puede mirar las cosas desde muchos puntos de vista.
La destreza nos ayudará en todo, pero no nos bastará para nada.
La vida eterna no es la vida futura; es la vida en el orden, la vida en Dios.
Se entiende a las mujeres como se entiende el lenguaje de los pájaros: por intuición o de ninguna manera.
El cielo, el infierno y el mundo están en nosotros. El hombre es un abismo.
El hombre que no tiene vida interior es esclavo de su entorno.
Ser mal comprendidos por aquellos a quienes amamos, he ahí el cáliz de la amargura y la cruz de la vida. Eso es lo que pone en la boca de los hombres superiores esa sonrisa dolorosa y melancólica tan extraña.
No niego los derechos de la democracia; pero no me hago ilusiones respecto al uso que se hará de esos derechos mientras escasee la sabiduría y abunde el orgullo.
La bondad es el principio del tacto, y el respeto por los otros es la primera condición para saber vivir.
Temen algunas mujeres la soledad de la viudez. No supieron ver que su vida tampoco fue descifrada por el marido. Y que la verdadera serenidad viene casi siempre del monólogo.