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La vida no es más que un tejido de hábitos.
Henri-Frédéric Amiel
Cuando la vida deja de presentarse como una promesa, no por eso deja de ser todavía una tarea.
Cerramos nuestros ojos a los comienzos del mal, porque son pequeños; pero en esta su aparente debilidad reside el germen de nuestra derrota. Principiis obsta: esta máxima, seguida al pie de la letra, es la que nos preservará de casi todos nuestros infortunios.
El hombre se eleva por la inteligencia, pero no es hombre más que por el corazón.
El desánimo es una incredulidad.
Cuesta mucho trabajo que la libertad vuelva a la franca unidad del instinto.
Cuando mi amigo está infeliz, voy a su encuentro; cuando está feliz, espero que me encuentre.
El pensamiento sin poesía y la vida sin eternidad son como un paisaje sin cielo: nos ahogamos en ellos.
El alma no encuentra en el crisol de la experiencia sino el oro que ha vertido en él.
Morir desilusionado es la mayor de las aflicciones.
No puedo contentarme con tener razón yo solo.
La poesía siempre es lo lejano.
Nuestro deber es ser útiles no como quisiéramos, sino como podemos.
No tengas ambición personal, y así to consolarás de vivir o de morir venga lo que viniere.
Una creencia no es verdadera porque sea útil.
El destino tiene dos maneras de herirnos: negándose a nuestros deseos y cumpliéndolos.
El encanto es una cualidad de los demás que nos hace más satisfechos de nosotros mismos.
La humanidad no comienza con el hombre, sino con el desinterés.
La divagación es el domingo del pensamiento.
Para la acción nada es más útil que la estrechez de pensamiento combinada con fuerza de voluntad.
Lo que rije al mundo es el temor a la verdad.
El verdadero matrimonio es una plegaria, un culto, es la vida hecha religión.
El hombre solo entiende lo que está relacionado con algo que ya existe dentro de él.
Saber envejecer es la obra maestra de la vida, y una de las cosas más difíciles en el dificilísimo arte de la vida.
Si el hombre se engaña siempre en sus juicios sobre la mujer, es porque olvida que ella y él no hablan un mismo lenguaje, y que sus palabras no tienen el mismo valor y la misma significación, espemente cuando se habla de sentimientos.
La paradoja es la golosina del ingenioso y el juguete del hombre de talento. ¡Es tan agradable oponer triunfantemente su razón contra todos los demás y aturdir el buen sentir trivial y la vulgaridad común! Así, pues, el amor de la verdad y el talento no siempre coinciden.
Tu cuerpo es templo de la naturaleza y del espíritu divino. Consérvalo sano; respétalo; estúdialo; concédele sus derechos.
Vivir es querer sin descanso o restaurar cotidianamente la propia voluntad.
Mil cosas avanzan. Novecientas noventa y nueve retroceden. Esto es el progreso.
La mujer es la salud o la perdición de la familia. Ella lleva el destino de la misma en los pliegues de sus vestidos.
La crítica convertida en sistema es la negación del conocimiento y de la verdadera estimación de las cosas.
El respeto mutuo implica la discreción y la reserva hasta en la ternura, y el cuidado de salvaguardar la mayor parte posible de libertad de aquellos con quienes se convive.
El despecho es una cólera que tiene miedo de mostrarse; es un furor impotente que se da cuenta de su impotencia.
Las mujeres desean ser amadas no porque sean bonitas, o buenas, o bien educadas o graciosas o inteligentes, sino por ser ellas mismas.
El hombre que pretende verlo todo con claridad antes de decidir nunca decide.
La inteligencia es útil para todo, suficiente para nada.
Yo siento el terror ante la acción y no me encuentro a gusto sino recogido dentro de la vida impersonal, desinteresada y objetiva del pensamiento.
Todo parece cambiar cuando tú cambias.
Cualquier paisaje es un estado del espíritu.
Hacer con soltura lo que es difícil a los demás, he ahí la señal del talento; hacer lo que es imposible al talento, he ahí el signo del genio.