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Tú haces el bien o el mal. Tú eres causa de un hecho, pero: ¿Eres tú tu causa?
Gonzalo Rojas
Peleas. Duermes. Comes. Engendras. Envejeces. Pasas al otro día.
Víctima del desorden que impide el desarrollo de mi mundo, no me lamento de esto ni lo otro. Sufro, velo y trabajo como si cada noche tuviera que morirme, porque debo ganarme la vida para siempre.
Pero ¿Quién plantó ese árbol para que de él saliéramos y en él nos encerráramos?
Mi estrella: tú, tan partida, y tan única, y tan total como mi vida, y mi muerte: tú eres la llama que sale de mis ojos.
Estoy perdido para el mundo, aunque mi reino sean todos los mundos posibles, porque yo soy el testigo de mi propia creación. Mi creación es mi pasión. Por eso hago soplar los vientos para que den testimonio de mis llamas.
Tú te buscas en mí. Yo escribo para ti. Es mi trabajo.
Te dan lo que te piden. Piden lo que te dan. Total: entras y sales.
Más que por la A de amor estoy por la A de asma, y me ahogo de tu no aire, ábreme alta mía única anclada ahí, no es bueno el avión de palo en el que yaces con vidrio y todo en esas tablas precipicias, adentro de las que ya no estás, tu esbeltez ya no está, tus grandes pies hermosos, tu espinazo de yegua de Faraón, y es tan difícil este resuello, tú me entiendes: asma es amor.
A ti no te conozco, pero tú estás en mí porque me vas buscando.
Mi rostro no es su rostro sino, acaso, la sombra, la mezcla de esos rostros.
Tú y yo somos dos tablas que alguien cortó en el bosque a un árbol milenario.
¿Has pensado en el aire que ese mar desaloja?
Dejas tu pobre sombra como un nombre cualquiera escrito en la muralla.
Seré bueno. Diré la verdad sustancial a la justicia. Me bañaré en el mar, y seré puro árbol que da su sombra a los pastores.
Los demás también mueren como tú, gota a gota, hasta que el mar se llena.
Vivo en la realidad. Duermo en la realidad. Muero en la realidad. Yo soy la realidad. Tú eres la realidad. Pero el sol es la única semilla. ¿Qué eres tú? ¿Qué soy yo sino un cuerpo prestado que hace sombra? La sombra es lo que el cuerpo deja de su memoria.
Las personas son máscaras, las acciones son juegos de enmascarados, los deseos contribuyen al desarrollo normal de la farsa, los hombres denominan toda esta multiplicidad de seres y fenómenos, ¡Consumen el tesoro de sus días disfrazándose de muertos!
¿Qué se ama cuando se ama, mi Dios: la luz terrible de la vida o la luz de la muerte? ¿Qué se busca, qué se halla, qué es eso: amor? ¿Quién es? ¿La mujer con su hondura, sus rosas, sus volcanes, o este sol colorado que es mi sangre furiosa cuando entro en ella hasta las últimas raíces?
Sin tener qué decir, pero profundamente destrozado, mi espíritu vacío llora su desventura de ser un soplo negro para las rosas blancas, de ser un agujero por donde se destruye la risa del amor, cuyos dos labios son la mujer y el hombre.
Te juré no escribirte. Por eso estoy llamándote en el aire para decirte nada, como dice el vacío: nada, nada, sino lo mismo y siempre lo mismo de lo mismo que nunca me oyes, eso que no me entiendes nunca, aunque las venas te arden de eso que estoy diciendo.
Pero las palabras arden: como un sonido más allá de todo sentido, con un fulgor y hasta con un peso especialísimo.
Yo tuve padre y madre. Pero ya no recuerdo sus cuerpos ni sus almas.
¿Cómo no amarte, madre, si me enseñaste a hablar tu lengua? ¿Si soy viento nacido de tu roca?