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Cuanto menos previsible es el futuro, más necesidad tenemos de ser móviles, maleables, reactivos, propensos al cambio permanente, supermodernos, más modernos que los modernos de la época heroica.
Gilles Lipovetsky
En todas las organizaciones las expresiones clave son flexibilidad, rentabilidad, justo a tiempo, cronocompetencia, demora cero: orientaciones que dan testimonio de una modernización exasperada que vuelve a encerrar el tiempo en un lógica de la urgencia.
Se ha definido a la sociedad postindustrial como una sociedad de servicios, pero la manera todavía más directa, es el auto-servicio lo que pulveriza radicalmente la antigua presión disciplinaria y no mediante la fuerza de la Revolución sino por las olas radiantes de la seducción.
En la sociedad hipermoderna, lo antiguo y la nostalgia son argumentos de venta, instrumentos de marketing.
La sociedad hipermoderna se presenta como una sociedad en la que el tiempo se vive de manera creciente como una preocupación fundamental, en la que se ejerce y se generaliza una presión temporal en aumento.
En la actualidad somos más sensibles a la escazes de tiempo... nos quejamos menos de tener poco dinero o poca libertad que de tener poco tiempo.
No se ha destruido la fuerza del futuro: lo que ocurre es que éste ya no es ideológico-político, sino que se sustenta en la dinámica técnica y científica.
Nuestra sociedad no conoce prelación, codificaciones definitivas, centro, sólo estimulaciones y opciones equivalentes en cadena. De ello proviene la indiferencia posmoderna, indiferencia por exceso, no por defecto, por hipersolicitación, no por privación.
La civilización tecnicista necesita de una ética de futuro: frente a las amenazas de destrucción de la vida, hay que reformular nada menos que un nuevo imperativo categórico: no comprometer las condiciones para la supervivencia indefinida de la humanidad en la tierra.
El posmodernismo no es más que un grado suplementario en la escala de la personalización del individuo dedicado al self-service narcisista y a combinaciones caleidoscópicas indiferentes.
Al dedicarse a reducir al máximo el tiempo de trabajo mientras plantea el tiempo de trabajo como fuente de riqueza, el capitalismo es un sistema que se basa en una contradicción temporal fundamental que excluye al hombre de su propio trabajo.
Lo que triunfa es un ideal de vida fácil, una fun morality que descalifica las grandes metas colectivas, el sacrificio, la austeridad puritana. Las personas se han ganado el derecho a vivir con ligereza, de manera frívola, a gozar sin tardanza del instante presente.
Ironía hipermoderna: en el presente es la ligereza lo que nutre el espíritu de pesadez.
Todas estas religiones profanas, portadoras de esperanzas escatológicas, se han extinguido.
La felicidad es el estado del almalibre del peso de las cosas, de ambiciones, de todos los miedos que inspiran el futuro y el más allá.
El presente adquiere una importancia creciente por efecto del desarrollo de los mercados financieros, de las técnicas electrónicas de la información, de las costumbres individualistas y del tiempo libre.
La autoconciencia ha substituido a la conciencia de clase, la conciencia narcisita substituye la conciencia política.
Desde hace más de un siglo el capitalismo está desgarrado por una crisis cultural profunda, abierta, que podemos resumir con una palabra, modernismo, esa nueva lógica artística a base de rupturas y discontinuidades, que se basa en la negación de la tradición, en el culto a la novedad y al cambio.
Con el culto al bienestar, a la diversión, a la felicidad aquí y ahora, triunfa un ideal de vida ligero, hedonista y lúdico.