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Atravesó la Europa de feria en feria, y fue a completar su extraña educación de artista y de ilusionista en la fuente misma del arte, entre los gitanos.
Gastón Leroux
Tu alma es muy hermosa -repuso la voz grave del hombre- y te doy las gracias. No hay emperador que haya recibido regalo igual. Esta noche los ángeles lloraron en el cielo.
El torreón y la torre todavía se miran, después de tantos siglos, y parece que se cuentan, por encima de las verdes florestas o de los bosques muertos, las más antiguas leyendas de la historia de Francia.
Los acontecimientos de que era víctima me acercaban singularmente al pensamiento del poeta y encontré acentos que hubieran deslumbrado al músico. En cuanto a él, su voz era poderosa y su alma vengativa apoyaba todas las notas, aumentando terriblemente su poder.
Estaba loco de amor..., y por esa causa y también por otras muchas cosas, era capaz de todos los crímenes.
El pecho le dolía como si se lo hubiesen abierto para sacarle el corazón. Sentía allí un vacío atroz, un vacío real que no podía calmarse hasta que pudiera colocar allí el corazón de Cristina. Son estos fenómenos de una psicología particular que, según parece, no pueden ser comprendidos sino por aquellos a quienes el amor ha asestado ese golpe que en el lenguaje corriente se llama el flechazo.
¡Se suele olvidar tan rápido en París!
Me voy de viaje. No podría decirle cuánto tiempo estaré ausente; tal vez uno, dos o tres meses... Tal vez no vuelva nunca...
Me acercaba a él, atraída, fascinada, encontrándole encantos a la muerte en el centro de semejante pasión, pero antes de morir quería conocer, para llevar su imagen sublime en mi mirada, sus facciones desconocidas que debía transfigurar el fuego del arte eterno.
Permaneció viva llorando sobre mí... Junto conmigo... Lloramos juntos... ¡Oh! Dios, infinitamente bueno, en ese instante me concediste toda la felicidad del mundo.
¡Cuántos dramas de familia, cuántas tragedias sangrientas había producido aquel monstruo con sus trampas! Tenía invenciones sorprendentes. Y, sin duda, que la más curiosa, la más horrible, y la más peligrosa de todas, era la cámara de los suplicios.
Era un gran artista en su género, y él lo sabía; se podía percibir que tenía una elevada idea de sí mismo.
¿Lloras? ¿Tienes miedo de mí? Sin embargo, en el fondo, no soy malo. Ayúdame y verás. ¡Sólo me ha faltado ser amado para ser bueno!
El tono de su conversación era el de una persona escéptica y desengañada. Su extraña profesión le había hecho frecuentar tantos crímenes y bajezas, que habría resultado inexplicable que no le endureciera un poco los sentimientos.
Aquello era un poco de vida en la casa de los muertos, porque allí la muerte reinaba soberana. Ella también desbordaba de la tierra, que había arrojado fuera su exceso de cadáveres.
¡Usted no me quiere ni me ha querido nunca! ¿Por qué entonces con su actitud, con la alegría de su mirada, con su mismo silencio me permitió usted concebir todas las esperanzas?
En nuestra profesión de abogados, la buena fe es innecesaria... yo diría que es incluso nociva... Impide ver claro el interés del cliente.
La vecindad de semejante compañero, lejos de anonadarme, me inspiraba un terror magnifico.
El monstruo había huido por el caño de desagüe, también como los gatos o como los presidiarios, que serían capaces de escalar el cielo valiéndose de un caño de lluvia.
Gran artista como era, descubrió que, sencillamente, aquella dulce y suave criatura había llevado aquella noche al escenario de la Opera algo más que su arte, es decir, su corazón.
¿Te imaginas quizá que llevo otra careta y que esto... esto... mi cara es una máscara?
Se encuentra frente al gran misterio... Al que hace temblar a la humanidad desde su origen: ¡lo desconocido!
La trivialidad del verso y la vulgaridad casi popular de la melodía parecían tanto más convertidas en belleza por un soplo que las levantaba y arrebataba al cielo en las alas de la pasión. Porque aquella voz angélica glorificaba un himno pagano.
No había cuento del tío Daaé en que no interviniese el Ángel de la Música, y los niños pedían que les explicase cómo era ese Ángel que les intrigaba tanto. El tío Daaé pretendía que todos los grandes músicos, todos los grandes artistas, reciben, por lo menos una vez en su vida, la visita del Ángel de la Música.
Los cráneos de los muertos, apilados, alineados como ladrillos, consolidados a trechos por huesos grandes y muy prolijamente limpios, parecían formar los cimientos sobre los cuales se habían levantado las paredes de la sacristía.
No hablaba con nadie. No sonreía nunca. Parecía adorar la música, puesto que asistía a todos los espectáculos de música y, sin embargo, no se entusiasmaba, no aplaudía, no se exaltaba nunca.
Un consejo, señor, no se acerque nunca al lago... Y sobre todo, tápese los oídos si oye cantar la voz bajo el agua... la voz de la sirena.
Cuando alguien se precipita a los brazos de la justicia, con tantas pruebas de complicidad en su contra, es porque no es cómplice.
Nada había tan frío ni tan muerto como su corazón.
No tengo la pretensión de ser un escritor. Quien dice escritor dice, casi siempre, novelista y, ¡por Dios!, el misterio del Cuarto Amarillo está lo suficientemente cargado de trágico horror real como para precisar de la literatura. No soy y no quiero ser más que un fiel cronista.
Nuestro deseo, nuestra voluntad de saber, deben ser para ella un suplicio más. ¿Quién nos asegura que, si nos enteramos, el hecho de conocer su misterio no sea el comienzo de un drama más espantoso que los que ya se produjeron aquí?
¡Aprende que estoy hecho enteramente, que estoy hecho con algo muerto... de la cabeza a los pies... y que es un cadáver quien te ama, quien te adora y que no se apartará de ti jamás!
Hay una música, Cristina, tan terrible que consume a todos los que la conocen. Usted no ha oído todavía esa música, felizmente, porque le quitaría sus frescos colores y nadie la reconocería al volver a la vida de París. Cantemos ópera, Cristina Daaé.
Ahora quiero vivir como todos, quiero tener una mujer como todo el mundo. He inventado una máscara que me permite tener una cara como cualquier otro.
¡Oh, para qué tantas palabras!... Usted lo ama, sin duda... Sus miedos, sus terrores, todo eso es también amor y del más delicioso. El amor que uno no se confiesa.