Imágenes
Siempre he escuchado mucha música. Era compulsivo. Cuando tenía 16 años intentaba clavar todas las canciones, y sentía que hacía bastantes progresos.
Eric Clapton
Era lo más viejo que puede ser un hombre joven, y lo más negro que puede ser un hombre blanco.
Crear una canción es tan sólo darle forma a un sentimiento.
La guitarra brillaba mucho y tenía algo de virginal. Parecía un elegante aparato venido de otro universo y, mientras intentaba rasguearla, sentía que estaba pasando al territorio de la madurez.
Como a la mayoría de los alcohólicos que he conocido, no me gustaba el sabor del alcohol...
El miedo a la pérdida de identidad era descomunal. Tal vez eso había nacido con el asunto de Clapton es Dios, que había hecho que basara buena parte de mi autoestima en mi carrera. Cuando tuve que pasar a centrarme en mi bienestar como ser humano, y en la consciencia de que era un alcohólico que sufría la misma enfermedad que todos los demás, sufrí un colapso.
Y me hace sentir tan enfadado saber que la llama sigue encendida... ¿Por qué no logro que se acabe? ¿Cuándo aprenderé para siempre?
Él no tenía paciencia con los haraganes y, en cierto modo como yo en el futuro, no era demasiado popular y se veía un poco marginado. La enseñanza que me dejó fue que siempre debía da el máximo, y que nunca dejara sin terminar lo que había empezado.
En mi experiencia las mejores guitarras, las más caras, son aquellas que son más fáciles de tocar. Porque están hechas para ser tocadas.
Resultaba emocionante descubrir esa camaradería entre almas gemelas, y ésta es una de las cosas que me abocaron a convertirme en músico.
Recuerdo que pensé que su belleza era también interna. No se trataba sólo de su apariencia, aunque sin duda era la mujer más bonita que había visto en mi vida. Consistía en algo más profundo. Salía de dentro de ella también. Era su manera de ser, y aquello me cautivó. Nunca había conocido a una mujer tan perfecta, y me sentía abrumado.
La música se convirtió en mi alivio, y aprendí a escucharla con los cinco sentidos. Descubrí que así podía borrar todos los sentimientos de miedo y confusión relacionados con mi familia. Éstos aún se agudizaron más en 1954, cuando yo tenía nueve años y mi madre apareció de repente en mi vida.
Sencillamente me convencí de que por algún misterioso motivo yo era invulnerable y no me engancharía. Pero la adicción no negocia y poco a poco se fue extendiendo dentro de mí como la niebla.
Al elegir una guitarra me fijaba en que estuviera desgastada. Es como entrar en un restaurante. Si está lleno es que se come bien.