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El trabajo es indispensable para quien desea gozar del reposo, lo mismo que el recreo cotidiano es necesario al obrero para renovar sus fuerzas.
Élisée Reclus
La fábrica, desde luego, es una enorme construcción que, lejos de estar rodeada de árboles, se levanta en medio de un espacio desnudo casi a la altura de las colinas cercanas. Al lado del edificio, una chimenea parecida a un obelisco, se eleva a más de diez metros sobre el edificio y parece aún prolongarse hacia el cielo por las negras columnas de humo que de ella salen.
La línea recta es una pura abstracción del espíritu, otra quimera como el punto matemático, que no existe más que para los geómetras.
Las compilaciones que contienen los diarios de viaje de los miembros de las diversas sociedades son incontestablemente obras donde se encuentran las más apreciables reseñas sobre las rocas y los hielos de las altas montañas de Europa y los más bellos relatos de ascensiones.
Si los oprimidos no hubieren tenido donde templar las energías y crearse un alma fuerte contemplando la tierra y sus grandes paisajes, la iniciativa y la audacia hubieran muerto ha muchos siglos. Todas las cabezas se hubieran inclinado ante unos cuantos déspotas y todas las inteligencias hubieran caído en una indestructible red de sutilezas y mentiras.
¡Extraño contraste el de las cosas! Para los que habitan el oasis es este un presidio; para los que lo divisan de lejos o lo ven sólo con la imaginación, es un paraíso.
El misterio que para nosotros rodeaba al viejo molino, no envolvía a la gigantesca fábrica, situada bastante más abajo, en la llanura, donde el arroyo ha recibido ya a todos sus afluentes.
Los buenos curas se ven obligados a echarse fuera de la Iglesia para encontrar un asilo entre los profanos, es decir, entre los confesores de la fe nueva, entre nosotros, anarquistas y revolucionarios, que vamos hacia un ideal y que trabajamos gozosamente en su realización.
En sus viajes de conquista a través del mundo, los árabes, deseosos de crearse una patria en todas las comarcas a donde les llevaba el amor de conquista y el fanatismo de la fe, intentaron crear por doquier pasaban pequeños oasis.
Entre los innumerables arroyos que corren por la superficie de la tierra y se precipitan en el mar o se reúnen para formar grandes ríos, éste, cuyo curso vamos a seguir, no tiene nada que particularmente atraiga la atención de los hombres.
Los viajeros nos cuentan que esas aguas calientes edifican verdaderos palacios, ciudadelas y murallas de algunos kilómetros de longitud. Blancos como el alabastro, los pilares y basamentos crecen incesantemente por el depósito de las cascadas susurrantes que poco a poco ocupan la llanura.