Imágenes
La indiferencia, para mí, es la personificación del mal.
Elie Wiesel
Sostener que los hebreos debemos estarle agradecidos a Pío XII me parece, cuando menos, una herejía.
Recuerden -prosiguió-, recuerden siempre, grábenselo en la memoria. Ustedes están en Auschwitz. Y Auschwitz no es una casa de convalecencia. Es un campo de concentración. Aquí ustedes deben trabajar. Si no, irán directamente a la chimenea. Al crematorio. Trabajar o el crematorio, la elección está en sus manos.
¿Por qué estamos aquí?' es la pregunta más importante a la que debe enfrentarse un ser humano. Creo que la vida tiene significado a pesar de las muertes sin sentido que he visto. La muerte no tiene sentido, la vida sí.
Caminamos. Puertas que se abrían y se cerraban. Continuábamos caminando entre las alambradas electrificadas. A cada paso, un cartel blanco con un cráneo negro que nos miraba. Una inscripción: ¡ATENCIÓN! PELIGRO DE MUERTE. Qué burla: ¿Había aquí un solo sitio en que no se estuviera en peligro de muerte?
¿Usted cree que en el mundo ya no hay grandes líderes? Si. No sólo en la política han disminuido los líderes. Lo que hoy falta es un líder que cuando hable la gente lo escuche, lo entienda. Alguien como Einstein o Gandhi en su momento.
Frecuentemente pienso que hemos fracasado. Si en 1945 alguien nos hubiera dicho que todavía veríamos guerras por motivos religiosos en casi todo continente no lo habríamos creído.
No podemos olvidar. Las imágenes están ahí, ante los ojos. Aunque no estuvieran los ojos, las imágenes seguirían estando. Creo que si tuviera capacidad para olvidar, me odiaría.
Desde tiempos inmemoriales la gente ha hablado de paz, pero no la ha conseguido. ¿Será sencillamente que carecemos de suficiente experiencia? Aunque hablamos de paz, hacemos la guerra. A veces hasta guerreamos en el nombre de la paz. Puede que la guerra sea una parte tan intrínseca de la historia que no pueda eliminarse... jamás.
Nos quedaban provisiones. Pero nunca se comía hasta satisfacer el hambre. Economizar era nuestro lema, economizar para el día siguiente. El día siguiente podía ser peor todavía.
¿Pero hay esperanza? ¿Hay esperanza en el recuerdo? Tiene que haberla. Sin esperanza, el recuerdo sería morboso y estéril. Sin recuerdo, la esperanza estaría vacía de significado, y por sobre todo, vacía de gratitud.
El recuerdo tiene su propio idioma, su propia textura, su propia melodía secreta, su propia arqueología y sus propias limitaciones: también puede lastimarse, robarse y avergonzarse; pero depende de nosotros rescatarlo e impedir que se convierta en algo barato, trivial y estéril. Recordar significa dar una dimensión ética a todos los esfuerzos y las aspiraciones.
Cada judío debería guardar, en algún lugar de su corazón, una zona para el odio, ese odio sano, varonil contra todo aquello que representa el alemán y que forma parte de la esencia de lo alemán. Todo lo demás sería traición a los muertos.
Lo contrario del amor no es odio, es la indiferencia. Lo contrario de la belleza no es la fealdad, es la indiferencia. Lo contrario de la fe no es herejía, es la indiferencia. Y lo contrario de la vida no es la muerte, sino la indiferencia entre la vida y la muerte.
Creo que la vida tiene significado a pesar de las muertes sin sentido que he visto. La muerte no tiene sentido, la vida sí.
Recordemos a los que sufrieron y perecieron en ese entonces, a los que cayeron con armas en sus manos y a los que murieron con oraciones en sus labios, a todos los que no tienen tumbas: nuestro corazón sigue siendo su cementerio.
¿Cómo se llora a seis millones de muertos? ¿Cuántas velas se encienden? ¿Cuántas plegarias se oran? ¿Sabemos cómo recordar a las víctimas, su soledad, su impotencia? Nos dejaron sin dejar rastro, y nosotros somos ese rastro. Contamos estas historias porque sabemos que no escuchar ni desear saber lleva a la indiferencia, y la indiferencia nunca es una respuesta.
El deber del superviviente es dar testimonio de lo que ocurrió, hay que advertir a la gente de que estas cosas pueden suceder, que el mal puede desencadenarse. El odio racial, la violencia y las idolatrías todavía proliferan.
El que odia, odia a todos. El que mata, mata más que a sus víctimas.
Elie Wiesel describe cómo le afectó el presenciar la ejecución de un joven en la horca. Los de la SS juntaron a los prisioneros enfrente de la horca. Mientras el muchacho moría lentamente, un prisionero gritó: ¿Dónde está Dios ahora? Dice Wiesel: Y oí una voz dentro de mí contestarle: '¿Dónde está? Aquí está... colgado de esta horca...'
Por la tarde, nos pusieron en fila. Tres prisioneros trajeron una mesa e instrumentos médicos. Con la manga del brazo izquierdo levantada, cada uno debía pasar delante de la mesa. Los tres antiguos, agujas en mano, nos grabaron un número en el brazo izquierdo. Yo me convertí en A-7713. En adelante no tendría otro nombre.
-Ustedes son ochenta en el vagón -agregó el oficial alemán-. Si falta alguno, todos serán fusilados como perros... Se fueron. Las puertas volvieron a cerrarse. Habíamos caído en la trampa hasta el cuello. Las puertas estaban clavadas, el camino de retorno definitivamente cortado. El mundo era un vagón herméticamente cerrado.
Ante las atrocidades tenemos que tomar partido. El silencio estimula al verdugo.