Imágenes
Que tanto y tanto amor y tanto vuelo entre unos cuerpos al abordaje apenas de su lecho, se desplome.
Eduardo Lizalde
El tigre es una figura fascinante desde los tiempos bíblicos hasta la etapa actual y no creo que haya un escritor que no haya mencionado nunca al tigre. El tigre es la imagen de la muerte, de la destrucción, y además, de la belleza; es solamente un instrumento metafórico.
Y el miedo es una cosa grande como el odio. El miedo hace existir a la tarántula, la vuelve cosa digna de respeto, la embellece en su desgracia, rasura sus horrores.
El odio es la sola prueba indudable de la existencia.
Escucha, huele, palpa y adivina los menores espasmos, los supuestos crujidos, los vientos más delgados.
La espalda de esta luz son esos sueños tuyos, amada, que duelen al soñarse y que hacen florecer las prímulas y azahares en tus flancos.
El tigre real, el amo, el solo, el sol de los carnívoros, espera, está herido y hambriento, tiene sed de carne, hambre de agua.
Tengo que agradecerte, Señor -de tal manera todopoderoso, que has logrado construir el más horrendo de los mundos-, tengo que agradecerte que me hayas hecho a mí tan bella en especial. Que hayas construido para mí tales tersuras, tal rostro rutilante y tales ojos estelares.
Sólo somos el muro que retiene el jardín.
Que el oro mismo estalle sin motivo. Que un amor capaz de convertir al sapo en rosa se destroce.
¿Qué cosa ha de ser cosa tras su muerte? ¿Qué dolor dolerá si ella no duele?
Recuerdo que el amor era una blanda furia no expresable en palabras. Y mismamente recuerdo que el amor era una fiera lentísima: mordía con sus colmillos de azúcar y endulzaba el muñón al desprender el brazo. Eso sí lo recuerdo.
Envejezco, pintura soy del tiempo, reloj de carne soy, monstruo del tiempo, criatura de horas, ráfaga de tiempo.
Grande y dorado, amigos, es el odio. Todo lo grande y lo dorado viene del odio.
Sólo dos cosas quiero, amigos, una: morir, y dos: que nadie me recuerde sino por todo aquello que olvidé.
Debe el amor vencer, vencerlo todo. La muerte y la cursilería. Vence a los leones locos el amor, lo vence todo.
Entre la poesía y la prosa hay una barrera clara, difícil de expresar en palabras porque consiste ella misma en palabras. ¿Cómo puede expresarse la luz con luz? Pero la poesía esta ahí, la prosa acá. Eso es un hecho.
Si yo pudiera decir todo esto en un poema, si pudiera decirlo, si de verdad pudiera, si decirlo pudiera, si tuviera el poder de decirlo. ¡Qué poema, Señor!
Óigame usted, bellísima, no soporto su amor. Míreme, observe de qué modo su amor daña y destruye. Si fuera usted un poco menos bella.