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El conocimiento, la formación, resultan insuficientes si no van acompañados de la determinación.
Eduardo Angeloz
A fuerza de decirnos y de leer que somos tierra de promisión, el país del mañana, lo dejamos todo para mañana.
Las viejas fórmulas ya no sirven. Las viejas actitudes han muerto de esterilidad. Hoy, los problemas argentinos requieren para su solución dos o tres cosechas, pero cosechas de audacia, de valor, de sacrificio.
No se progresa porque alguien hace o deja de hacer algo en función del tiempo.
En determinadas circunstancias, la ortodoxia es apenas el rostro deformado de la parálisis intelectual.
Hemos improvisado y así estamos. Un país maduro no improvisa: previene.
Amamos la libertad porque nos hace sentir la poesía de la vida, y nunca somos más grandemente humanos como cuando estamos luchando por la libertad.
Si el dolor no madura, nada puede hacerlo.
Hay que asumir la convicción de que el facilismo pertenece para siempre al pasado.
Universo cíclico, está habitado por hombres cíclicos, que aparecen y reaparecen. No importa lo que hayan hecho o dejado de hacer, siempre habrá para ellos un lugar en el horizonte. Generoso en la desmemoria, nuestro pueblo siempre brinda nuevas oportunidades. Pudiera decirse que el nuestro es un país habitado por hombres de amianto: aquí no se quema nadie.
Los vaivenes de la intolerancia ejercida en nombre de una u otra concepción del hombre y del mundo, a un tiempo de dialéctica sigue un tiempo de escolástica, siempre con su alto precio de frustraciones, con su sangría de talentos que no encuentran lugar en los claustros cuando el signo de una ideología les es adverso.
La dudosa moralidad de la sentencia de que vale más malo conocido se aplica con harta frecuencia aquí. Quizá por eso se hable tanto de relevo generacional, de aporte de sangre joven y tanto otro infatigable lugar común, que por descontado, alude a una realidad que no se da.
Hombres de amianto cruzan sin chamuscarse los incendios de inoperancia que han encendido.
Enérgico y a veces duro en la réplica, sí, pero jamás en el agravio, nunca en la falta de respeto por el antagonista.
Fracasamos por temor al fracaso.
Actitudes, tensiones y pretensiones sociales que aparecen como productos exclusivos de la contemporaneidad, sometidos a análisis, no tardan en descubrir sus raíces en nuestro pasado y en revelar sus proyecciones en el porvenir.
Nosotros queremos un país de pie, porque somos herederos de un orgullo, no de una vergüenza.